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Inicio La entrevista

Antonio Pozzi

junio 2, 2020
en La entrevista
min de lectura9 min
Antonio Pozzi

A los 7 quería ser escritor, a los 18 publica su primer libro

Hace once años Antonio Pozzi le contaba a Otro Punto que cuando fuese grande iba a ser escritor. Tenía siete años. Hoy, once años después no es tan grande todavía, pero publicó su primer libro de cuentos y poemas.

Antonio sigue hablando con esos ojos gigantes, larguilucho y con un sentido del humor muy particular, entre cordobés, ironico y con aires de intlectual.

Aprendió a escribir en la escuela, dice en aquella nota, y pco después leyó su prmera novela Waterloo. Al poco tiempo empezó a escribir en una hoja porque no tenía cuaderno sobre elpirata Morgan pero tenía errores de ortografía.

Después ecribió Los Cosacos, sobre un ruso que se casaba con una polaca, tuvieron dos hijos que tenían que ir a una escuela católica enemiga con guerra incluida.

A los dos años ya jugaba con soldaditos de plomo que pintaba junto a su abuela con los uniformes históricos. A los seis años ya era un fanático de Napeleón y de los franceses. 

Hoy Antonio escribió su primer libro.

 

-¿Qué pasó en estos años de aquel niño Antonio al Antonio adolescente?

-Me pasaron la adolescencia y la secundaria, y eso me ha cambiado muchísimo. Pasé de ser un nene sin muchas preocupaciones, alegre y optimista a ser un adolescente amargo, de mal carácter, medio cínico y lleno de ansiedades, preocupaciones e inseguridades. Ahora, no creo que eso sea particularmente malo. Sufrí muchísimo la secundaria y la adolescencia y hasta el día de hoy sigo tratando de entender qué significó para mí y cuál fue su rol para convertirme en la persona que soy hoy. Sí sé que la escritura fue importante porque me dio la oportunidad de canalizar todas mis broncas que me generaron la pubertad, las relaciones sociales y vivir en un ambiente tan hostil y complejo como lo es una escuela secundaria. No significa que mis broncas desaparecieron pero creo que escribir me ayudó a entenderlas y a vivir con ellas. Hoy no sé si soy una mejor o una peor persona que cuando era chico, sé que soy distinto y que nunca podría haber escrito un libro sin antes experimentar ese bache en nuestras vidas que es la adolescencia.

-En todo este tiempo nunca se te pasó cambiar de objetivo, ser otra cosa que no fuese escritor?

-Como casi todos, he querido ser miles de cosas, pero la mayoría de mis objetivos estuvieron casi siempre ligados a la escritura. Quise ser granadero de Napoleón, pirata de la Malasia bajo las órdenes de Sandokán, guerrillero en Sierra Maestra con el Che y hasta quise ser futbolista. Con el tiempo mis intereses fluctuaron, como quien dice, y  empecé a interesarme por el periodismo, la sociología, la historia y la filosofía, pero la ficción aún no oteaba en mi horizonte. A partir de los dieciséis años, por alguna razón me convencí de que quería escribir ficción y poesía, y que no iba a parar hasta publicar una novela, un libro de cuentos o un poemario. Probablemente esto se deba a que la literatura a partir de cierta edad empezó a ser muy, pero muy importante para mí, y a que mis ídolos cambiaron. Empecé a admirar a Cortázar, a Bolaño, a Pizarnik, a García Márquez, a Camus, y estaba, aún estoy, desesperado por ser como ellos. Hoy por hoy leo casi únicamente ficción o poesía. Cada tanto agarro un libro de ensayos o algo más bien académico, pero prefiero leer novelas. Pero bueno, la cuestión es que siempre quise escribir.

-En tu familia no es raro la presentación de un libro, pero qué pensas cuando un objetivo planteado desde tan chiquito se cumple cuando recién sos un adolescente?

-Es raro, la verdad. Yo pensaba que terminaría publicando a una edad  más avanzada, pero apareció la posibilidad de publicar un libro y en su momento no dudé, sobre todo porque como soy un pesimista irredento, tuve miedo de que si no aprovechaba esta oportunidad nunca publicaría un libro. Además, me pareció importante tener esta experiencia y aprender de ella. De todos modos, todavía es algo que me cuesta creer.

-¿Cómo fue el trabajo realizado para escribir estos cuentos y poemas? ¿Llevó mucho tiempo?

-No tengo ningún método en particular para escribir. Sé que muchos escritores sí lo tienen y hasta con estrictos horarios. Soy más bien un escritor medio vago, medio holgazán, de esos que esperan a que las musas le toquen la puerta, que están siempre esperando que una idea les caiga del cielo. Puedo pasar semanas, meses sin escribir nada, simplemente porque trato de no forzarme a hacerlo, no me obligo a escribir. Escribo cuando siento la necesidad de hacerlo y creo que tengo algo para decir. La mayoría de mis cuentos y poemas los escribí durante las largas y aburridas clases en el secundario, sobre todo porque mi absoluto desinterés en los temas enseñados y la claustrofobia de las aulas me impulsaron a tener la cabeza en otro lado. De todos modos, a pesar de que soy un vago sin perdón, cuando me pongo a escribir no paro hasta que termino la idea. Y cuando creo que tengo una buena idea no hago más que pensar en ella todo el tiempo.

Este libro está compuesto por cuentos y poemas que escribí entre los 15 y 17 años como un pasatiempo, sin la intención de publicarlos, pero cuando surgió la posibilidad de que los publicasen, busqué los organicé de manera que no careciesen completamente de sentido.

-¿Cuándo vas armando los personajes?

-Mis personajes, por lo general, están compuestos de diversos fragmentos provenientes de muchos lados. A veces les otorgo características mías, a veces de gente que conozco o de personajes de libros o películas. Me interesan mucho los personajes perdidos, derrotados, humillados, melancólicos, nostálgicos, exiliados, en los márgenes del tiempo. Creo que sus historias son muy interesantes y que están llenas de fuerza, de dolor y contradicciones. Me gusta que sean vulnerables, que se encuentren en un estado de total desnudez y vulnerabilidad, siempre caminando por la línea divisoria entre la vida y la muerte, abrumados por el tiempo y la existencia, perseguidos por la memoria. Cada tanto aparece en mi cabeza el boceto de un personaje más o menos interesante y entonces ese personaje flota en mi cabeza hasta que  logro encontrarle una historia en donde situarlo. 

-Decís que te gusta la década del 70 para ubicar a tus personajes ¿Por qué? 

-Sinceramente no sé, pero es una de mis obsesiones. Creo que es una década interesantísima y que aún no hemos terminado de entender y de conceptualizar. Han quedado muchas preguntas sin responder y todavía se pueden ofrecer muchas más perspectivas que contribuyan a enriquecer la memoria colectiva. Me interesa pensar en temas como la derrota, el exilio, la memoria y la violencia. Esto me da la oportunidad de escribir historias y personajes complejos, lidiando con la ambigüedad moral de su tiempo, con el dolor de los compañeros desaparecidos y con la complejidad de vivir en un mundo que no es aquel por el que pelearon, un mundo que constantemente les está recordando que fueron derrotados, un mundo que por su sola existencia indica la derrota de todos aquellos que pensaron y lucharon por un mundo mejor o uno distinto, por lo menos. Creo que los ’70 son importantes para entender al capitalismo, la democracia, los desafíos y las luchas actuales de la izquierda… Es una década de vital importancia para entender a la Argentina y la dura realidad que hoy por hoy tiene que afrontar. Me parece que quizás como pueblo carecemos de memoria y no tenemos ningún tipo de consideración por la historia, y es por eso que estamos en este limbo de decadencia y recesión y conformidad. 

-¿Es cierto que no te sentís cómodo con los chicos de tu generación? ¿Cómo es eso?

-A ver, es complicado. Sí, yo no me siento muy cómodo con mi generación, sobre todo porque no la entiendo. Eso no significa que no me haya podido adaptar, y, en efecto, me he adaptado con mucho éxito. Pero, por alguna razón, siempre me he sentido un poco como en el margen. Esto no quiere decir que me hayan excluido, sino que yo me he auto-excluido. Tengo muchísimos amigos, amigos que quiero más que a hermanos, y puedo llevarme y hablar con cualquier persona de mi edad, pero, obviamente, nunca les hablo de mis intereses, la conversación nunca es sobre literatura, cine, o lo que sea. Hablamos de cualquier otra cosa, chismeamos, despotricamos contra las personas que nos caen mal, hablamos de fútbol, de las minas que nos gustan, etc… y yo la paso muy bien igual, disfruto tener esas conversaciones, pero eso no quiere decir que cada tanto sienta que nadie está muy interesado en lo que a mí me interesa. De todos modos, debo admitir que a veces es difícil que me entiendan, siempre pienso de una forma muy distinta a la del resto de mis congéneres, particularmente porque soy un contreras nato. A veces creo que veo todo demasiado a través de la ventana de la ficción y eso es muy malo, porque no es real y solo logra que me aliene del resto del mundo y que me frustre porque la realidad no se corresponde con la ficción que tengo en la cabeza. Pero es por eso que escribir es tan importante para mí, porque puedo dar rienda suelta a todo lo que es ficticio y distinguirlo de lo que es real.

-¿Sentís que son un adolescente medio genio, distinto, diferente a la mayoría?

-No me creo ni medio genio, soy un desastre en absolutamente todo. La vida me abruma increíblemente y la mayor parte del tiempo no sé  cómo lidiar con cosas tan fáciles como ir al banco, hacer trámites. Siempre he sido un desastre con las cosas prácticas de la vida, con tal  de decirte que no aprendí a atarme los cordones hasta que tuve ocho años. Además, soy un completo ignorante en tantas cosas, incluso en las cosas que se supone que manejo, como la escritura, soy un desastre. Soy sumamente ordinario, me gusta el fútbol, el cuarteto, el vino en caja y el fernet, puteo como desgraciado, tengo adicción al mate, me gusta chismear y cuerear a otras personas, ando siempre de joggins y alpargatas, y tengo debilidad por las sitcoms norteamericanas y por ciertas películas estúpidas, como “Tonto y retonto”, así que tan distinto del resto del mundo no soy. Puede ser que piense distinto y que tenga ciertas particularidades, pero, a fin de cuentas, todos tenemos peculiaridades. No soy especial, nadie es especial.

-¿Qué sentís cuando escribís?

-Siento muchas cosas. Para empezar me siento libre, me siento Dios por un tiempo, porque escribir es como jugar a ser Dios. Después terminás de escribir y te das cuenta de que no sos libre y que tampoco sos Dios. Por otro lado, la escritura, el arte en sí, es un juego de intersubjetividades; la obra de arte que falla en hacerte sentir algo no es una buena obra de arte. El libro que no te hace empatizar con los sentimientos de los personajes, no es un buen libro, y eso, obviamente, queda al juicio de cada uno. Y esa también es la importancia de la literatura, del arte: nos obliga a sentir empatía, a sentir algo, nos obliga a trasladar las dolencias y alegrías de personajes ficticios a la realidad y experimentarlas como si fuesen nuestras propias dolencias y alegrías. El arte nos hace más humanos. 

-¿Cómo te llevas con las redes?

– ¡Ah! ¡Qué pregunta! Como dije, no soy distinto de la mayoría, así que tengo Instagram, Whatsapp y creo que Facebook también, aunque hace mucho que no lo uso. La verdad es que los tengo para poder comunicarme con mis amigos y para estar más o menos enterado de lo que está pasando alrededor mío. Yo casi nunca subo nada, sobre todo porque me molesta esa tendencia de la gente de compartir cada momento de su vida. Pero debo admitir que también soy débil y termino viendo como un pelotudo más las historias que sube la gente a Instagram, o entablo conversaciones francamente bizantinas por Whatsapp. También soy parte de todo esto, por más que me niegue y por más que trate de convencerme de que soy distinto, pero, desgraciadamente, no soy ni distinto ni estoy fuera de las redes.

-Al libro se lo dedicaste a tus padres, a tu abuela y a tu hermana ¿Por qué?

-A mis padres se lo dediqué por razones obvias, porque todo lo que soy, todo lo que sé, se lo debo a ellos. Ellos me inculcaron el hábito de la lectura, me apoyaron en mi decisión de ser escritor, por más descabellado que suene, y me financiaron el libro, porque yo no tengo un mango ni trabajo. Además, el libro les pertenece en parte, como ya dije, porque casi todo lo que sé, casi todo lo que pienso, se lo debo a ellos. A mi abuela se lo dediqué porque fue la que me dio la idea de publicar el libro e incluso se puso a buscar editoriales en Córdoba para que lo pudiese hacer. Además, como mis padres, me ha incentivado la imaginación y me ha aguantado todas mis peculiaridades, fantasías y actos histriónicos. Y a mi hermana se lo dediqué porque ella nunca duda en decirme que soy un pelotudo cuando estoy siendo un pelotudo, no duda en contradecirme cuando necesito que me contradigan, porque es mucho más inteligente y astuta que yo, y porque me gustaría que venga un día, después de haber leído el libro y me diga “Esto es una absoluta mierda”.

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