Sea por una inercia planetaria o una patológica propensión al tibio sol del suelo conocido, la agenda mediática vuelve a ponernos una vez más frente a las mismas discusiones. Es un sentimiento inmediato de deja vú, ese término precioso que define a la sensación de haber vivido, sentido o escuchado algo que, en principios, ocurre por primera vez. O no.
De frente o de perfil, quizás el tema central de nuestros días de encierro haya sido la libertad. O de un modo más socavado, tal vez, lo que resuena es la pregunta sobre cuánto de nuestra libertad nos pertenece, digamos, en esencia, y cuánto de ella es una negociación con los demás. Lo conversamos casi todos los días, de modo más o menos explícito. El marco predilecto es la seguridad y la tendencia a encerrarse para recuperar la libertad, o la salud, a través de la recomendación global de quedarse adentro para no morir, ni matar. Encierros voluntarios: el ordenamiento cambiante de la realidad social demuestra el carácter histórico y construido de la libertad. O mejor, la libertad es un término histórico: tengo predilección por explicar lo obvio.
En estos días, y como tantas veces antes, los presos, volvieron a ser un tema de discusión. Pocos años atrás, en agosto de 2012, las cárceles y sus habitantes estuvieron también en boca de todos por dos motivos: se argumentó el derecho -o no- a la educación de cierto tipo de presos, por un lado, y la legalidad -o no- de las salidas de los reclusos para actividades culturales, por otro. Las reacciones y los senderos de las discusiones se parecen tanto a las de hoy, que no vale la pena enunciarlos. Se construyeron noticias falsas, se hizo foco en violadores y asesinos, se privilegió la sensación por sobre la información. Nada nuevo.
Pero ahora que la pandemia renovó las preguntas por la libertad, podríamos empezar tal vez por una de las primeras obligaciones de las personas sueltas: los presos, son presos, porque los libres lo deciden y porque nuestra sociedad, en su conjunto, lo avala. En Argentina hay cerca de noventa mil presos: Villa María, Necochea, Rafaela, Cipolletti, más o menos la misma cantidad de habitantes que cualquiera de esas ciudades. La provincia de Córdoba, con casi diez mil reclusos, tiene uno de los índices más altos del país y sabemos, por ejemplo, que más de la mitad está preso por delitos contra la propiedad. ¿Qué reflejo nos devuelve, qué preguntas nos obliga a hacernos el hecho de que cada vez tengamos más personas privadas de su libertad? ¿No es acaso una pregunta primaria? El ex miembro de la corte suprema de justicia, Eugenio Zaffaroni, iba mucho más lejos. Cada sociedad decide cuántos presos quiere, decía. Los verbos: decide, quiere.
Mucho se habla de la empatía y a veces no sé bien qué significa. ¿Ponernos en el lugar del otro? ¿Imaginar su recorrido, su biografía, su condición? Nada ni nadie nos empuja hacia la simpatía, ni es tampoco un camino deseable: la demagogia. Pero tal vez podamos, cuando el deja vú de la agenda vuelva a ponernos el tema sobre la mesa, empezar a cambiar, de una buena vez, las preguntas. ¿Por qué tenemos tantos presos? Así más no sea para encontrar, otra vez, las mismas respuestas.