“Pueden ser buenas alternativas, las herramientas como las video-llamadas, el sexo virtual o el sexting” dijo José Barletta, especialista en infectología, el 16 de abril del 2020 en una conferencia de prensa sentado junto a Carla Vizzonte, la Secretaria de Acceso a la Salud de la Nación. Al día siguiente, en el informe matutino del Ministerio de Salud de la Nación, se publicaban las recomendaciones oficiales para llevar adelante una relación sexual “segura” a través de la virtualidad. Ese mismo día se le consultaba al Presidente de la Nación, Alberto Fernández, qué opinaba sobre el tema y entre risas avalaba la práctica con un “háganle caso a los que saben”. Sí, el Gobierno Nacional había puesto en la agenda política al “sexo virtual”, cosa que no sorprendió a nadie, ni por escuchar a su presidente hablando de “sexo”, y mucho menos por la posibilidad de que quienes tengan los medios y los quienes sean invitados a practicarlo virtualmente.
¿Por qué no nos sorprende? El sexo es una práctica social y cultural que dejó de ser tabú hace algunos años, y que hoy en día es algo cotidiano ver en las distintas pantallas que habitan nuestra vida cotidiana. Incluso es un tema de conversación que cada vez puede tratarse más libremente en la mayoría de las mesas de los y las argentinas. Hasta podemos observar cómo diferentes movimientos sociales y activistas ponen en tensión la concepción de un sexo heterosexual y patriarcal normativizado en nuestra sociedad, que parece haber quedado desfasado a las nuevas generaciones.
Por otro lado, tampoco sorprende que en un contexto donde por primera vez en la historia los “sanos” estamos obligados a la cuarentena y aislamiento social obligatorio. En Argentina no pasa algo distinto, llevamos más de 50 días de Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio, por lo que no sorprende que se reconozca la necesidad que tenemos las personas de tener sexo, y que ante el contexto general se nos invite a satisfacer virtualmente dicha necesidad. Si a esto le sumamos la tendencia a la virtualización de la vida que se viene impulsando producto de la revolución tecnológica, ésta invitación, que en otro momento podría haber sido un escándalo nacional, hoy pasa desapercibida y se acepta como parte una posible nueva normalidad.
Siempre que en una nota de estas características se presentan datos objetivos, el autor o la autora de la misma, tienen miedo de que el lector o la lectora se aburran y dejen de leerla, pero en esta oportunidad, correremos ese riesgo porque los datos lo valen para contextualizar sobre el tema que estamos tratando. Según el informe digital-2020 de wearsocial.com, la mitad de la población mundial (3.800 millones de personas) utiliza actualmente las redes sociales, con un aumento interanual de 298 millones, o el 7%, nos acercamos a una penetración de Internet del 60%. El usuario medio de Internet pasará 6 horas y 43 minutos por día en línea en 2020, el equivalente a más de 100 días en total. ¿Es mucho no? Imaginemos que el tiempo que pasamos en internet es ampliamente superior al tiempo que un niño o niña pasa en la Escuela según los datos oficiales del Ministerio de Educación de la Nación, siendo estos 180 días anuales, de 4,3 horas diarias, lo que suma 774 horas anuales, y el equivalente a 32 días al año en total. Y ¿adivinen qué? Estos datos durante la pandemia del Covid-19 han aumentado.
Durante la semana del 14 al 21 de marzo, ya en cuarentena obligatoria, según los datos ofrecidos por la plataforma App Annie, se descargaron 62 millones de Apps móviles de videoconferencias en todo el mundo, y las categorías de aplicaciones de descargas que más crecieron son sobre las categorías “Juegos”, “Herramientas” y “Entretenimiento” y “Social”. El mismo estudio registró que de enero a marzo a nivel mundial, se registró un crecimiento en el tiempo del uso que las personal le dan a sus dispositivos móviles, encabezando el ranking China, con un 30% más, el equivalente a cinco horas más por día.
Hernán Vanoli, director de la histórica Revista Crisis, dice que las aplicaciones móviles que se presentan de una forma amigable e inofensiva, son utilizadas como grandes plataformas de extracción de datos sobre los usuarios que las utilizan. La cuestión de los datos y su privacidad es también un tema que circula por la boca del común de la personas. Podemos observarlo en una de las tantas producciones audiovisuales de Netflix, en el documental titulado “Nada es prohibido”, donde se expone el uso de datos extraídos a través de Facebook, y utilizados políticamente por la empresa privada Cambridge Analítica para la campaña electoral de Donald Trump en el año 2016.
El uso que se realiza de esos datos es tan variado como todas las cosas que el lector se imagine pueda hacer con:
-Un gran sistema de extracción de datos potenciables por el desarrollo del Internet de las cosas o 5G.
-Un gran almacenamiento de datos llamado Big Data.
-Un sistema de Inteligencia Artificial que les ordena, clasifica y analiza esos datos, de acuerdo a sus necesidades y objetivos.
¿Quién gana y quién pierde en la virtualización de la vida?
El sexo virtual, se nos presenta como una de las tantas otras prácticas de la vida cotidiana que pueden realizarse mediadas por el uso de dispositivos inteligentes: enmascarando una aparente libertad y amigabilidad, bajo las cual se esconden intereses económicos sobre los cuales debemos reflexionar.
¿Quién gana? La virtualidad de la vida está poniendo como grandes ganadores a las empresas tecnológicas. En el 2018 Facebook, Amazon, Microsoft, Alphabeth (propiedad de Google) y Apple, ocupaban el Top Five de las empresas más valiosas del mundo por el valor de sus acciones estimado en la Bolsa. El patrimonio neto del CEO de Zoom (aplicación para realizar videoconferencias) aumentó 3.660 millones de Euros; mientras que el de Jeff Bezon, dueño y director de Amazon, aumentó 5.400 millones de Euros, en lo que va del 2020, siendo la persona más rica del mundo según el índice de multimillonarios Bloomberg con 144.000 millones de dólares. Del Top Ten que reúne a las 500 personas más ricas del mundo, 7 son del rubro empresas tecnológicas. Los datos son de público conocimiento y se actualizan diariamente, y dejan al desnudo la conformación de ésta nueva Aristocracia Tecnológica que se disputa a la luz del día el nuevo orden mundial.
¿Quién pierde? Según el último informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en un contexto que favorece a la digitalización de la economía y la virtualización de la vida, como lo fue el primer mes de la crisis por la pandemia del Covid-19, se vio que afectó a la economía de más de 1.600 millones de trabajadores informales. Los ingresos de los trabajadores a nivel informal decayeron en un 60%. ¿Se imaginan tener que pagar el alquiler de una vivienda con el 60% menos de ingresos? Sorprende y duele. Estas cifras en los grupos más vulnerables como inmigrantes y mujeres, son todavía más negativos. Los niveles de concentración y apropiación de la riqueza que producimos los y las trabajadoras cada vez se ven concentradas en menos manos. Según la ONG británica Oxfam, el 1% de la población mundial, se apropió en 2017 del 82% de la riqueza producida mundialmente, mientras que el 50% de la población (3.700 millones de habitantes) solo accedieron al 3% de esa riqueza.
El mundo no cambió, está cambiando.
Es común en estos días escuchar a intelectuales anunciar sobre el mundo que se viene cuando acabe esta pandemia, como si el futuro fuera un capítulo de BlackMirror al que nos tenemos que sentar pacientes a observar. Pero ¿Hacia qué mundo vamos? ¿Quién nos lleva hacia allá? ¿Por qué? El mundo no cambió, está cambiando, que es distinto. Y en esa transición tenemos mucho para discutir y hacer. Así como nos negamos a renunciar al Sexo Real, nos negamos a tragar este futuro empaquetado. Nos revelamos ante la propuesta de un mundo cada vez más fragmentado y que destruye los lazos sociales y cooperativos. El ser humano es un ser social y gregario por naturaleza, tiene tanto la capacidad de competir, como de cooperar, pero como todas las capacidades humanas, hay que aprenderlas y entrenarse.
Una de las tantas cosas que aprendimos gracias al movimiento feminista, es que las relaciones sexuales tienen que ser consensuadas y ninguna de las partes tiene que ser sometida. La forma en que pretenden someternos para tener relaciones sexuales esta nueva Aristocracia Tecnológica: no nos gusta, esta vez el pueblo quiere y debe ir arriba.