Ansiedad, angustia, vacío, desesperanza…emociones que suelen acompañar el temor a algo tan enorme y misterioso para los humanos como es la MUERTE.
Francois de la Rochefoucauld, en su Máxima 26 dijo: “Ni el sol ni la muerte se pueden mirar de frente” y tiene razón. No es fácil vivir cada momento con la total conciencia de que moriremos. Es como mirar el sol de frente: solo podemos soportarlo un rato.
La muerte es el evento más solitario de la vida, morir no solo nos separa de los otros, sino que nos expone a separarnos del mundo mismo, de allí lo difícil y aterrador de su sola mención.
Desde tiempos remotos, cuando comenzamos a filosofar y tratar de entender la esencialidad del ser humano y su sufrimiento, los pensadores ligaron el sufrimiento humano con “el omnipresente temor a la muerte”. Se sostenía que la aterradora visión de la inevitabilidad de la muerte afectaba nuestro disfrute de la vida.
La realidad es que no podemos vivir paralizados por el miedo y entonces, generamos métodos para suavizar el terror que nos produce la muerte. Para eso, nos proyectamos en el futuro, en los hijos, el amor, las riquezas, la fama, las creencias espirituales, etc.
También es cierto que cada uno le teme a la muerte a su modo. Para algunos es la música de fondo de la vida, para otros es simplemente algo que le pasa a otros o que simplemente “podría” ocurrir.
Sin embargo, es verdad que cuando nos anclamos en la muerte y su inevitabilidad, solemos quitarle sentido a la vida…y eso es lo riesgoso y lo que tenemos que tratar de evitar.
La muerte es algo que no podemos controlar, la vida es algo que tampoco podemos controlar, simplemente son, existen y son más grandes que todos. Cuando pensamos que “debemos” o “podemos” controlarlo todo, chocamos con lo inevitable, con la frustración de simplemente no poder y solemos angustiarnos, ponernos ansiosos, o quizás, deprimirnos. Ante estas posibilidades, es importante generar pensamientos confortantes como la idea de dejar huellas y ganar sentido la vida, y por sobre todo comprometernos con el momento presente.
Es cierto que hay situaciones de la vida que nos evocan y conectan con la ansiedad ante la muerte, por ejemplo: una enfermedad grave, la muerte de alguien cercano, amenaza seria de la propia vida, perdida de la seguridad, un divorcio o separación, un despido, una catástrofe, etc. Y son situaciones como estas las que nos representan, en este proceso de vivir la vida, pequeñas muertes, situaciones de pérdidas que nos movilizan y nos “despiertan” a la vida.
Es ante esta idea de “despertar” que algunos maestros recuerdan que aunque el hecho físico de la muerte nos destruye, la idea de la muerte nos salva.
Por tal motivo, hay una gran relación entre el temor a la muerte y la sensación de no vivir la vida. Cuanto menos vivamos nuestras vidas, mayor será la ansiedad ante la muerte. Es importante que nuestro miedo a morir no sea el padre de nuestro miedo a vivir.
Enfrentar la muerte hace surgir la ansiedad, pero también tiene el potencial de enriquecer enormemente la vida.
Hay autores que hablan del concepto de trascendencia, que podríamos describir con la idea de ondas concéntricas propagadas, refiriendo que todos de forma no intencional a veces y sin tener conciencia de ello, creamos ondas concéntricas que afectan a los demás durante años o incluso, generaciones. Ese efecto se transmite a otros, aun cuando no lo veamos. La idea es que dejemos algo nuestro aunque no vayamos a estar ahí para verlo. Se refiere a dejar algo de la propia experiencia de vida. Algún gesto, algún buen concejo, alguna guía, consuelo a los demás, sabiéndolo o no.
Como Nietzsche plantea en “Asi habló Zaratustra”: “Si tuvieras que vivir la misma vida una y otra vez por toda la eternidad, ¿en qué cambiarias?”
Es la idea de este espacio de reflexión, que podamos aumentar la conciencia de que nuestra vida, nuestra “única” vida, deba ser vivida bien y a fondo, acumulando tan pocos motivos de arrepentimiento como sea posible.
Solo nosotros somos responsables por los aspectos cruciales de nuestra situación de vida. Es importante que amemos nuestro destino, o mejor aún, que creemos un destino que seamos capaces de amar. ¿Lo intentamos?