Muchos quedamos paralizados, con una mezcla de dolor e indignación, preguntándonos porqué la tan extrema aplicación de un protocolo frente a un padre que venía a despedir para siempre a su hija, y porqué esos mismos protocolos se tornan blandos ante otras situaciones mucho más vergonzantes y peligrosas.
Solange murió, y no pudo abrazar o ver a su padre por última vez para decirle que todo iba a estar bien, que ya volverían a verse cuando fuera su tiempo, que ella estaba en paz, que ella se iba tranquila y feliz de verlo a los ojos por última vez.
Solange murió, y una madre quedó desahuciada con el dolor más terrorífico que cualquier madre puede sentir, sola en un lugar lejano a su hogar y sin poder abrazar a su esposo, sin poder contenerse en él y llorar por este destino difícil y trágico que les tocó atravesar.
Solange murió y su padre lloró solo a cientos de kilómetros, desgarrado por la impotencia de una burocracia absurda, sin poder acurrucar a su hija para llevarla a dormir como tantas noches, como tanta veces.
Hace 15 años, cuando terminé de cursar la Licenciatura en Psicología en la Universidad Nacional de Córdoba, junto a mi amiga y colega Luciana Moreno, realizamos una tesis de grado que trataba sobre los médicos, los psicólogos y los cuidados paliativos. Fue una experiencia hermosa y muy movilizante. Nos adentramos en el dolor de quienes atraviesan una enfermedad crónica o terminal y, por supuesto, aprendimos de ellos.
Recuerdo que entre tantas aristas de este tema que investigamos, nos quedaba claro que ante la inevitabilidad de la muerte, el paciente espera que el tránsito hacia ésta sea personal, individual y sobre todo sin sufrimiento, o con el menor sufrimiento posible. Esta etapa evidentemente es muy importante en la vida del paciente y son las semanas o meses de mayor actividad psíquica y una de las más trascendentales de su vida.
Ante esto me pregunto, ¿nadie pudo ver lo importante que era para ese padre y esa paciente terminal que él pudiera llegar a su lado?, ¿nadie entendió el daño emocional y psíquico que traía aparejado semejante decisión?
Cuando alguien atraviesa una enfermedad como la que vivía Solange, el dolor se alivia no solo con medicación… se alivia con apoyo emocional, afecto, comunicación, comprensión, honestidad, seguridad y dignidad. Atención y empatía. Todo lo que se aleja de esto, es similar a la muerte misma.
Sin embargo, Solange fue arrebatada de todo eso por quienes, supuestamente, deben cuidarnos, por quienes sostienen que aplicaron un “protocolo” a rajatabla que fue creado para preservar o cuidar el derecho a la salud.
¿Y el derecho a la muerte digna?, ¿y la misericordia de la que nos vanagloriamos como humanos?, ¿y el sentido común?
Cuando un paciente está en sus etapas finales, cuando la muerte es tan palpable como cada bocanada de aire, los equipos de salud recomiendan a sus pacientes que resuelvan asuntos pendientes, cumplan promesas, afronten en su alma la proximidad de la muerte y se DESPIDAN. En pocas palabras, que puedan darle un sentido intimo a sus últimos días.
Nada de esto le fue permitido a Solange, murió sin el derecho más humano y ético, despedirse de sus amados como seguramente esperaba con ansias hacer. ¿Dónde esta el derecho a la salud en eso?, ¿dónde queda la ética, la moral, la empatía, el derecho a la muerte digna, para quienes dicen cuidarnos y probablemente nunca se han alejado demasiado de un escritorio?
La muerte es inevitable, nos llega a todos y sabemos que debemos afrontarla. La diferencia es que la mayoría no sabemos cuando sucederá. Solange sí sabia, sus padres también, y quitarle a esa familia la única posibilidad de despedirse antes de lo inevitable fue tan descarado como inhumano.
Duele lo sucedido, también indigna y hasta nos avergüenza como cordobeses, ya que quienes dicen representarnos, no son representativos de nada más que bajezas y descaros, de incoherencia e intereses políticos que nada tienen que ver con la salud o la enfermedad.
La excusa no puede ser un protocolo y una pandemia. Estos son los verdaderos momentos donde las excepciones son válidas y necesarias, donde es más sencillo tomar medidas de precaución para que un padre mire a los ojos a su hija por última vez, antes que armar un despliegue policial para alejarlos. Cada kilometro que los alejó, fue una puñalada en el alma de esa joven mujer que sabía que ya no había tiempo. Hay criminalidad en estas acciones y hay un serio compromiso ético de todos nosotros, ciudadanos de este país, de esta provincia, no olvidar lo sucedido.
Solange descansa ahora, y es nuestro deseo que lo haga en paz. También lo es que su familia encuentre consuelo y pueda vivir el duelo saludable y dignamente. Por nuestra parte, memoria con quienes no pueden ni deben olvidar que la salud es mucho más que un negativo en un hisopado por Covid 19.
Descansa en paz Solange y donde estés, perdona la inhumanidad y falta de empatía de quienes no pueden ver más allá de sus sombras. A ellos no les deseo paz, de ellos espero autocritica, reflexión, arrepentimiento y ojalá, aprendizaje.
Lic. Pamela Brizzio – MP 4925