Claro que no es un proceso mecánico, como ninguno en la historia lo es, sino que irrumpe como una verdad histórica a consecuencia de las relaciones de poder y desigualdad. En este contexto, y a pesar de los años que sostienen esta hipótesis, abundan en argentina demostraciones de su vigencia. Uno de esos casos, es la carne vacuna.
A pesar de formar parte del selecto grupo de mayores exportadores de carne mundial, el abastecimiento y los precios del mercado local siempre fueron un foco de conflicto. Este año Argentina exportará en cantidades como hace más de una década que no lo hace y es, claro, una buena noticia. Al menos, si lo vemos fuera de contexto.
Se complejiza el análisis cuando vemos que, a pesar de la alegría por este crecimiento en la ecuación externa, cuando vamos a comprar carne en nuestras carnicerías y supermercados, el precio del alimento no para de crecer, incluso por encima de los índices nacionales de inflación (y motorizando, por supuesto también, este propio índice). Hace pocos días, a escasos atardeceres de las siempre sensibles fiestas de fin de año, el precio de la carne llegó a aumentar hasta un 30% (sólo en noviembre aumentó un 11%).
¿Qué pasa cuando priorizamos la exportación de carne? Lógicamente, cuando por algún motivo ese crecimiento no puede ser acompañado de una mayor producción, el mercado local pierde abastecimiento y aumenta sus precios. Tal es el caso de este 2020. Este año el aumento de la exportación fue en un 5% mayor al del crecimiento de la faena. Y aunque suene un tanto obvio, cuando la carne aumenta, crece también la pobreza. Puestos a la par del mercado externo, los precios internos son bajos y los productores priorizan la exportación.
Pero, como siempre ocurre, volveremos a escuchar las -también históricas- preguntas de siempre. ¿Cómo puede haber hambre en un país que produce alimentos para 400 millones de personas? ¿Cómo puede faltar carne en las góndolas de uno de los mayores productores mundiales de ganado vacuno? Hay una clara opción de Comercio Exterior de potenciar el ingreso de divisas -tan necesarias para la economía nacional-, una pérdida masiva del poder adquisitivo de los salarios argentinos en los últimos años y una falacia fundacional de la argentina: el campo no somos, ni nunca fuimos todos. Por lo pronto, llegadas las fiestas, hagamos el esfuerzo de no culpar al carnicero amigo que tendrá problemas, como todos nosotros, para poder llenar la parrilla a fin de año.
Por Nano Barbieri, sociólogo.