Es positivo por diversos motivos, pero principalmente por dos. Uno, porque la democracia solo se sostiene cuando es prioritaria, y así debe serlo, más en una renovación central de escaños como es esta. Y dos, porque es el armado de listas cuando se manifiesta con mayor claridad la incomodidad o no de la pertenencia a un espacio político de los candidatos que participan. Se pegan y se despegan con igual vehemencia, apelando al olvido colectivo y es un espectáculo verdaderamente maravilloso.
Septiembre es el regreso a las elecciones desde el año 2019, pero sobre todas las cosas, desde el inicio de la pandemia, por lo que será, también, un termómetro de cómo se percibieron las acciones de cada espacio político en estos durísimos tiempos recientes. Hay una distancia planetaria entre aquel 2019 y este 2021. No sólo en términos políticos, sino también en la percepción que tenemos todos sobre nuestras propias vidas, laborales, familiares, sociales. Hubo una ruptura paradigmática entre la última elección y esta que se avecina. ¿Tendrá semejante cambio un correlato político electoral?
En un sistema presidencialista como el nuestro (o ejecutivo, para ser más precisos: dónde sólo atendemos a presidentes, gobernadores, intendentes), la composición del parlamento en diputados y senadores pareciera hacer las veces de una especie de partido de reserva de las verdaderas contiendas electorales: craso error. Verdaderas finales del mundo se juegan en esas canchas. Basta recordar algunas recientes: las “batallas” por la sanción de la ley de interrupción voluntaria del embarazo, la ley de identidad de género y matrimonio igualitario, la ley de medios, de tierra, de fertilización asistida o la emblemática sesión que culminó con el voto no positivo del entonces vicepresidente Julio Cobos. Recuerdo que muchos de ellos nos enorgullecieron o avergonzaron y recuerdo también la pregunta de muchos de nosotros en muchas de aquellas definiciones: ¿cómo llegaron estas personas a ser representantes? Bien, en instancias como la que se avecina.
Las leyes nos modifican la vida, de eso no caben dudas, es un hecho que no merece mayor discusión. Y las elecciones legislativas arman no solo el plantel de quiénes van a decidir sobre la implementación de tales leyes, sino también son quienes serán los encargados de motorizar o canalizar nuevas maneras de imaginar la realidad y de volver a nuestras sociedades más justas, más injustas o, como muchos de ellos lo hacen con reiteradas ausencias y falta de participación, en sociedades más indiferentes. Algo de esto, o mucho de esto, se define en estos días. Que no nos pase inadvertido, depende en gran parte de nosotros.