¿Cuántas cosas hicimos seiscientas veces? Porque, digámoslo bien claro, todo el mundo tiene ideas, intenciones, magníficas respuestas a las preguntas más complejas, pero ¿cuántos tienen la capacidad de sostener un proyecto seiscientas veces consecutivas?: esos son los imprescindibles. Los que tuvimos y tenemos la suerte de pasarle de cerca, vemos de qué se trata: discusiones, entrevistas, lecturas, más discusiones, mucha calle (cuando digo mucha, me refiero a mucha: este diario no se escribe en los escritorios), una inédita apertura a la diversidad de miradas, trabajo, impresión, venta de publicidades, más calle, distribución, amistades, enemistades, conflictos y satisfacciones. Todo esto multiplicado por seiscientos. Y entonces, ¿para qué sirve?
El Otro Punto no tiene velocidad crucero, se siente incómodo sin tumbos, vientos a favor y en contra, se aburre en el consenso y se pudre como una fruta al sol en la previsibilidad. Es temido y adorado por su condición indescifrable. La gente, los vecinos llaman al diario, un asado de domingo se interrumpe decenas de veces para recibir información, a veces certera, a veces anónima, de personas que creen que sus datos, su información, o su propia historia pueden y merecen ser contadas en el diario. Y lo hacen sabiendo que hay lugar, que hay escucha y que el Otro Punto cuenta lo que ve, pero que también asume riesgos que la mayoría de los medios se ahorra. Y acaso lo más extraordinario: es un diario decidido a contar con la voz del periodista en un segundo plano. Generoso como pocos, o como nadie. Pero igual, todo esto, ¿para qué sirve?
En el fondo siempre se trata de ideas, ese lugar de inquietud donde sólo vale decir lo que se piensa y darle forma, sin miedo. Cuando las papas arden, el Otro Punto siempre pide la pelota porque nunca le quema. Incluso cuando se equivoca, entiende que lo único imperdonable es mirar para otro lado. Basta con mirar las tapas, los apuntados, las denuncias, las investigaciones, las editoriales, los temas de agenda y los que no. Los que hacemos el diario sabemos que tenemos el lugar que queremos, para contar lo que observamos, para masticar de costado al sentido común y para prohibirnos el aburrimiento. Y así y todo, seiscientos números después, ¿para qué sirve?
Hoy, en el día aniversario, ensayamos una respuesta. Al cantante Leonard Cohen, un notable improductivo, le hacían siempre esta pregunta. ¿Para qué sirve? Y un día Cohen contestó, tomándose un tiempo: “No se puede arder en el altar del materialismo. Siempre llega un momento en el que uno necesita darle otro valor a su propia vida. No importa la actividad elegida (…) la intención es siempre la misma: encontrar una metáfora que rime con la necesidad de darle un significado a la actividad humana. (…) Yo, por mi parte, escribo canciones”.
Otro Punto, una metáfora que rima con la necesidad de darle un significado a la actividad humana. Seiscientas veces, seiscientas rimas. Felicitaciones y gracias.