Aflojar es aliviar, disminuir el ritmo, ceder el control. Así como para caminar necesitamos de nuestras dos piernas y que ambas trabajen con movimientos coordinados, la mente también requiere de la alternancia entre saber y no saber, entre focalizar atentamente y soltar el control para registrar el paisaje más amplio de nuestra vida.
La filosofía oriental sabe de esto, con la idea del ying y yang, entendemos que todo es dual, y que la armonía proviene del justo equilibrio entre esas dos fuerzas complementarias. Pensemos de esta forma…si tenemos un hilo y tiramos, tiramos, tiramos y no aflojamos nunca… o se rompe el hilo, o peor, se deforma y queda más débil que al principio. Nuestra mente moderna tiende al yang -a accionar, a dominar-, pero tenemos que crear las condiciones para el ying -la pasividad, el no hacer- porque ahí reside el verdadero control, de respetar esa alternancia de ritmos. Obvio que van existir momentos para apretar el acelerador, exigiéndonos al máximo, pero también estarán los otros, esos para poner punto muerto, hacer la plancha y dejarse llevar por la inercia del camino.
El objetivo es aprender a ser jinetes de nuestra vida y que sepamos exactamente cuando nuestro caballo puede galopar y cuando es tiempo de dejar de talonear, confiando en que él conoce el camino.
Ahora, todo lindo pero… ¿cómo nos damos cuenta cuando tenemos que aflojar?, la respuesta está en nuestro interior, en nuestro reloj interno. El problema aparece cuando no los escuchamos. En nuestro medio conviven muchos ritmos, hay que escucharlos. Cuando hacemos un poco de silencio para escucharnos ayudamos a definir quiénes somos y que necesitamos en cada momento. El cuerpo intuitivamente, nos va dictando aquello con lo que podemos sintonizar y cuando nos acompasamos, sentimos que fluimos, bailamos como parte de un todo más grande, etc. Sin embargo, si no sincronizamos, nos sentimos incomodos, solos, atacados y torpes.
No hacer suena a “vacaciones”, pero es una forma de decir, porque el no hacer es tan vital como su opuesto, allí es donde nos permitimos el gran lujo de hacer contacto real con otros procesos que seguían sucediendo mientras estábamos ocupados en la acción. Dejamos de ser “eficaces” y le abrimos la puerta a lo importante que, a diferencia de lo urgente, nunca nos ataca con carteles luminosos que dicen: “¡Quiero soluciones ya!”. Un hijo jamás nos va a decir: “Ey, mírame que estoy creciendo”, o nuestra pareja no va a sentarnos un día para decirnos: “¿Hace cuanto que no nos miramos a los ojos?”
Esa es la ganancia de soltar: ir más despacio nos permite abrirnos a la oportunidad de ocuparnos de otras cosas. ¿Cuáles?, las que sentimos que vamos postergarnos, que siempre soñamos pero nunca le dedicamos tiempo.
Claves para lograrlo:
En primer lugar, confiar. Estamos acostumbrados a creer que si aflojamos va a pasar algo grave, nos van a pasar por encima o nos vamos a quedar solos. Ahora, ¿y si es lo contrario?, si dejamos de controlar un rato, hay espacio para confiar en que algo, una red invisible, nos sostiene: nuestras relaciones, los afectos, nuestro potencial, y esos socios que nos van apareciendo en el camino. La confianza es la llave hacia la libertad, donde estamos receptivos a lo que vendrá.
Segundo, es un punto que se une a lo anterior, porque si tenemos confianza y sabemos quiénes somos, de vez en cuando es bueno frenar y mirar hacia atrás, ver lo que logramos. Festejamos los triunfos, grande y pequeños…sobre todo los pequeños, esos casi imperceptibles y que nos permiten valorarnos y valorar las piedras que sorteamos.
Tercero, la mirada complaciente. Si estamos permanentemente buscando las fallas, seguro las vamos a encontrar. Una cosa es criticar y otra cosa muy distinta es evaluar. Si nos evaluamos, en vez de dejarnos el autoestima por el piso como haría la crítica, podemos encontrar una satisfacción y revisar las fallas para aprender de ellas.
Por último, tolerar la incertidumbre, ya que nos da terror enfrentar el vacío. Lo nuevo asusta siempre. Lo que no podemos prever o controlar nos descoloca. Ante esto lo mejor que podemos hacer es soportarlo, con un trabajo enorme, y mientras tanto aprovechar a descansar, soltar el control y confiar que después de esa incertidumbre, viene otra claridad, mucho más potente y luminosa.
Soltamos y después…ganamos mucho. Si bajamos un cambio, si dejamos el control un rato y nos permitimos no estar en acción todo el tiempo, vamos a sorprendernos con la cantidad de noticias que estábamos perdiéndonos.
Lic. Pamela Brizzio
MP4925