-¿Qué expectativas tenés?
– Ninguna
Es tal el descrédito de los funcionarios judiciales riocuartenses que, ante la recurrente pregunta previa al juicio contra Macarrón, la respuesta invariable era esa. Cero expectativas de que se conociera quién mató a Nora Dalmasso, por qué lo hizo y quiénes encubrieron el terrible crimen.
El escepticismo inicial se basaba claramente en la vergonzosa investigación del asesinato que culminó en una sentencia absolutamente previsible. Cuando el fiscal Luis Pizarro cambió la imputación y acusó a Marcelo Macarrón de ser el autor intelectual del homicidio de su esposa y, más adelante, cuando la familia de Nora le hizo firmar a Delia “Nené” Grassi, su madre, el desistimiento de ser querellante, quedó claro que nunca se iba resolver el crimen que conmocionó a la ciudad hasta sus cimientos.
Pero como en esta causa siempre podía ocurrir algo más, a pesar de la notable endeblez de la pieza acusatoria, el Poder Judicial de Córdoba decidió realizar un juicio oral y no tan público en el que todas las miradas se centraron en el rol de Julio Rivero, el fiscal de Cámara. Que, como presuponíamos, defraudó a esa sociedad que “con orgullo” dijo representar. Es cierto que no tenía pruebas suficientes, pero también lo es que no hizo el menor esfuerzo para sacarle el jugo a las decenas de testimoniales que se tomaron y desestimó numerosas pruebas que incluso podrían haberle servido para cambiar la imputación. Un funcionario estatal con ese rango y esa antigüedad debería haber desplegado infinitos recursos para intentar torcer el destino de un caso emblemático en la historia criminal de Córdoba. No lo hizo, al contrario, se mostró muy limitado a la hora de preguntar y ni que hablar de repreguntas. En la marcha que se hizo frente a Tribunales para pedir justicia por Nora, justamente un cartel sobresalía: “Rivero, ¿para cuándo las preguntas?”.
La sociedad riocuartense avizoró este final desde que comenzó el juicio. Se temía que todo quedara en la nada. Pero no porque se pensara que si o si Marcelo Macarrón era culpable de lo que se lo acusaba. Nadie sabe eso. Ni el fiscal, que apeló al beneficio de la duda para pedir la absolución. “In dubio pro reo”, repitió Rivero varias veces. Es decir, ante la duda, el beneficio es a favor del acusado. La indignación de la gente se iba manifestando día tras día, en la calle, en los medios y, sobre todo, en las redes sociales. ¿Tendrá algún as bajo la manga, Rivero? Se preguntaban algunos. Es que se lo veía tan errático, tan superficial y hasta distraído en su cometido, que la última esperanza era que sorprendiera con algún elemento disruptivo que aportara significativamente en esclarecer el hecho. Nada de eso ocurrió. Rivero quedará en la historia de la ciudad como un fiscal que lo que menos hizo fue acusar, sino que, por momentos, parecía ser un defensor más del único imputado. La defensa celebraba por anticipado.
Hacía tiempo que Rivero decía a la prensa que no veía la hora de alegar. Es decir que se estaba preparando para hacerlo. ¿Y qué dijo en casi 3 horas? Se refirió a los juicios con jurados populares y expresó que deberían mejorar. ¿Cómo? Puso como ejemplo que habría que eliminar la lectura y oralizar más el debate. Increíble. Lo dijo el mismo que renunció a receptar más de 160 testimonios, 80 propuestos por él y que admitió una lectura interminable de declaraciones y material de prueba. La secretaria de la Cámara se quedó afónica de tanto leer y tuvo que reemplazarla el presidente del tribunal. Pero además, Julio Rivero se quejó y propuso “hay que ponerle fin a la cultura del expediente”, mientras él mismo estaba… leyendo. También apeló al recurso de la lectura para dar a conocer los datos personales de Marcelo Macarrón (?) y otra vez los fragmentos principales de la requisitoria de elevación a juicio.
Expresó el fiscal que en todos estos meses hubo varios juicios, sobre todo dos: uno, puertas adentro de la sala de audiencias. Y el otro, puertas afuera, el “juicio mediático”. Refirió que todo lo actuado en el juicio no le había permitido amplificar la acusación ni mutarla “en un hecho diverso”. ¿Qué hizo él como fiscal acusador para resolver esas incógnitas? Casi nada. También se ocupó de criticar largamente la actuación de sus colegas Javier Di Santo, Fernando Moine, Marcelo Hidalgo, Daniel Miralles y Luis Pizarro. Esos fiscales, aun en funciones, cometieron un desacierto atrás de otro, es verdad. Pero Rivero también fue parte. Obvió su participación en la causa judicial por las dádivas, aquella en la que tuvo que investigar por qué Daniel Lacase le pagaba el hotel y los viáticos a los policías que vinieron de Córdoba. A todos los absolvió, a Lacase ni siquiera lo citó a declarar. En aquella oportunidad lo asaltó una “duda insuperable” y cerró la causa.
El funcionario se encarnizó con Daniel Zabala, bioquímico forense y exaltó el trabajo de la Policía Judicial de Córdoba. Curioso, porque fue la misma repartición que con sus conclusiones forenses permitió que inculparan a Facundo Macarrón.
Hizo una leve autocrítica aunque también la socializó: “Volvimos a culpabilizar a la víctima”. Julio Rivero, tanto en su presentación el primer día de debate, como en el alegato utilizó la expresión “perspectiva de género”. Si algo quedó clarísimo después de 3 meses es que el fiscal no sabe lo que eso significa, aunque dijera que “juzgar sin perspectiva de género no es juzgar” y que Nora Dalmasso era “la mala víctima”, una expresión que no le pertenece y que seguramente leyó por ahí.
Después de tantos reproches al trabajo de los otros, sorpresivamente concluyó en que Córdoba tiene el mejor Poder Judicial. Sin embargo, es ese ámbito el que no le proporcionó ninguna prueba o indicio que lo ayudara a impulsar la acusación. Es el mismo Poder que aceptó la elevación a juicio de una imputación casi imposible de probar.
En su alegato, el fiscal sugirió que la acusación de Pizarro debió incluir a Daniel Lacase y Silvia Magallanes como autores intelectuales del homicidio de Nora y que Macarrón debió ser acusado como partícipe necesario. A ambos los tuvo enfrente y nada preguntó en ese sentido. Quedó flotando en la sala la sensación de que cuando habló del supuesto asesino, el dueño del ADN desconocido encontrado en el cinto de la bata de Nora, se refería al productor agropecuario que la defensa y la familia intentaron culpabilizar desde el primer día. Pero no se atrevió a nombrarlo.
Rivero alegó que a Nora Dalmasso no la mató un sicario, ni su marido, ni el único amante acreditado quien confesó la relación pero inexplicablemente no fue llamado a declarar a pesar de ser la última persona con la que la víctima se comunicó. El fiscal igualmente insistió en que quien cometió el homicidio ahorcándola era una persona que la conocía y que tuvieron sexo consentido. ¿A quién se referiría? ¿O no lo sabe? ¿Otro amante?. Esta parte del alegato mostró claramente lo que decíamos de que Rivero no sabe lo que la perspectiva de género. La estaba revictimizando nuevamente a Nora.
Pese a todo el cuerpo probatorio existente, el fiscal del caso no logró desentrañar si Macarrón es inocente o culpable de lo que se lo acusaba. Y por eso pidió la absolución. Que está bien porque “un fiscal no puede acusar porque sí” pero lo realmente insólito vino a continuación cuando dijo que Nora había sido objeto de violencia de género y que solicitaba que todo el expediente se remita a una fiscalía de instrucción para que se conozca la verdad de lo ocurrido. ¿Para qué se haría algo así? Ya no existe la posibilidad de acusar a nadie, está prescripta la persecución penal para el homicida. Otro despropósito, aunque ante los medios Juan Dalmasso expresó que si se reabre el caso se presentará como querellante. Que no lo hizo antes porque su condición de hermano de la víctima le impedía serlo antes. ¿Alguien puede pensar que si Dalmasso solicitaba ser querellante se lo iban a denegar? Las expresiones contradictorias no son una novedad pero insiste el hermano de Nora en que quisieron preservar a su madre cuando decidieron “sacarla” de la querella. En una de las pocas medidas racionales que el Poder Judicial cordobés tomó con respecto a este caso fue la de proporcionarle a la familia Dalmasso una abogada que pudiera representarlos, sin costo, durante el juicio. Es decir que ni siquiera era necesaria la presencia en la sala de ninguno de los parientes de Nora. Pero renunciaron a ser querellantes y la justificación es insostenible.
La voz del pueblo
Rivero le quiso bajar el precio “al riojano”, “este simpático señor”, al referirse al testigo Miguel Rosales, quien fuera compañero de Nora en el Banco de Córdoba. ¿Por qué decimos que le quiso bajar el precio? Porque Rosales fue una voz diferente en el juicio, los interpeló a todos fuertemente en su paso frente al Tribunal. Una interpelación que sonó claramente como la voz de una ciudadanía que llegó a un nivel de hartazgo insuperable con esos señores y señoras que deciden por nuestras vidas y que pocas veces proveen aquello con lo que se autodenominan: Justicia.
La fijación con la prensa
Unos días antes del comienzo del juicio el periodismo local empezó a sospechar que no le iban a hacer fácil la cobertura del debate. El tribunal técnico presidido por el juez Vaudagna se apegó férreamente a un protocolo en el trato con periodistas que impidió, por ejemplo, que se pudiera ingresar a la sala de audiencias con las herramientas de trabajo habituales. Ni en los juicios por crímenes de lesa humanidad hubo tanto celo con las y los periodistas. La presencia inusitada y desproporcionada de policías dentro del recinto, en los pasillos y en el frente de Tribunales indicaban un temor infundado hacia las mujeres y hombres que solo hacían su trabajo y que demostraron a lo largo de las casi 40 audiencias su responsabilidad y profesionalismo. Esos agentes de la fuerza policial tendrían que haber estado recorriendo la ciudad trabajando en su deber ser: la prevención del delito. El periodismo no es el enemigo, el periodismo no es el objeto de peligro que parecía encerrar la visión de ese juez imperturbable de aspecto impecable.
Paradójicamente el último día del juicio, el oprobioso martes 5 de julio de 2022, fue el primer día que el debate fue realmente oral y público. Se abrieron las puertas y se permitió trabajar con todos los elementos necesarios como debería haber ocurrido desde el 14 de marzo, cuando se realizó la primera audiencia.
Pero no solo hubo que soportar que nos enviaran a una sala de prensa ubicada en el piso superior con notables fallas de sonido e imagen que tornaban muy dificultosa la transcripción de lo que pasaba en el recinto principal.
Los ataques constantes que el periodismo riocuartense ha recibido desde casi el comienzo de este insoportable derrotero judicial, se incrementaron y alcanzaron su clímax en el día de los alegatos finales. Tanto el fiscal Rivero como el abogado defensor Marcelo Brito, dedicaron muchísimo tiempo al “juicio mediático”, al papel de los medios. Ambos, incluso, utilizaron palabras escatológicas para referirse a la cobertura periodística. “Mierda”, ese fue el término elegido. Lo pronunciaron con bronca, a los gritos.
El paroxismo del odio hacia algunos periodistas llegó cuando Rivero dijo que pensaba pedir la absolución de Macarrón. Este, con las manos casi ocultando su boca, miró fijo a Hernán Vaca Narvaja, por primera vez en el juicio, y comenzó a musitar: “Hijo de puta, hijo de puta, hijo de puta”. Brito le pegó al diario local: “Puntal contrató al periodista que se sabe es el enemigo público número uno de Macarrón”, aunque no lo nombró. Pero también tuvo reproches hacia Guillermo Geremía por la entrevista al juez de Cámara Emilio Andruet. Resulta llamativo lo pendientes que han estado durante 15 años en atacar el desempeño de la prensa. Tanta energía y tiempo se podrían haber volcado quizás en un empeño visible, concreto, explícito en pedir justicia por Nora Dalmasso, de quien nunca se supo quién la asesinó.
Si todos los fiscales y policías que actuaron en este caso fueron un desastre en su accionar, no es por culpa del periodismo.
Si el abogado defensor se empecinó una y otra vez en “embarrar la cancha”, no es culpa del periodismo darlo a conocer.
La libertad de expresión fue un derecho muy ofendido en este caso. Las sucesivas querellas contra periodistas. La condena a uno de ellos. Los ataques desmedidos. Las restricciones para trabajar. El off the récord que bajaba de los despachos de las autoridades buscando desviar la causa.
Macarrón y su familia que no dudaron en exponerse frente a la sociedad a través de los medios hasta que decidieron que la prensa era el enemigo y clausuraron la puerta. Aunque no para todos. Para un par de medios siempre lugar para la exclusividad. Eso no es reprochable. Lo que sí es criticable es que se acuda a la prensa cuando se la necesita y se la quiera demoler cuando les molesta. La conferencia de prensa en el Hotel Opera donde Macarrón “perdonó” a su esposa asesinada. Las fotos que se conocen públicamente fueron todas provistas por la familia Macarrón. Fue una de las tías de ese linaje la que, sentada en el living de Telediario, dijo que Facundo era homosexual. Nadie lo sabía. Quizás ni el fiscal Javier Di Santo lo supiera hasta ese momento. Bueno, la tía lo puso al sobrino en una vidriera horrible como si tuviera alguna relevancia su condición sexual. Tiene razón Facundo en que después “fueron por el gay”, pero no debe olvidarse cómo fue que se hizo público.
El listado sigue pero como son gajes del oficio a los que estamos acostumbrados, lo principal va por otro lado.
Daños colaterales
El autor del crimen de Nora y sus posibles encubridores no dejaron estrategia por utilizar ni maniobras por realizar para evitar que se conociera la verdad de lo sucedido. La planificación del asesinato incluyó una primera acción que consistió en desparramar un chisme: que el abogado Rafael Magnasco era un amante despechado que la había asesinado.
Esa perversión de lanzar el rumor tiempo antes de homicidio tuvo una adhesión entusiasta de una parte de ese sector social que, como quedó expuesto en el juicio, no tuvieron ningún reparo en hacer circular la versión, agrandarla, deformarla, reproducirla. Quedaron expuestos como chismosos que no dudaron en comentar y hacer chistes sobre la vida íntima de Nora Dalmasso. El daño sobre la imagen de la víctima fue irreparable.
Pero por lo escuchado todos estos años y en las sucesivas audiencias del juicio está claro que ese menoscabo alcanzó a muchas otras personas, empezando por los hijos, Facundo y Valentina. Madres y padres, tíos, tías, sobrinos, sobrinas, amigos, conocidos y hasta desconocidos vieron cómo se arruinaban sus vidas por aquella macabra premeditación de un asesinato y su posterior encubrimiento.
La ciudadanía riocuartense aún no se repone del delirio en que se convirtió la ciudad a raíz del crimen. Y nadie está dispuesto a reparar esta catástrofe social en la que ricos, clase media y pobres fueron alcanzados por las esquirlas que se disparaban en todos los sentidos.
La pobreza intelectual de los protagonistas judiciales sumió en una mayor orfandad a una sociedad castigada por innumerables inconvenientes a la que un día la metieron de prepo en un show descabellado pergeñado por una mente siniestra.
LA JUSTICIA en Río Cuarto es más injusta que nunca.
Los números del juicio
15 semanas
38 audiencias
72 testigos presenciales
60 testimonios aproximadamente por lectura
Más de 160 personas no fueron convocadas para declarar: 82 testigos renunciados por Brito y 84 por parte de Rivero.
61 veces dijeron “no recuerdo” los testigos Ricardo Araujo y Guillermo Gonella
4 testigos que insólitamente no fueron llamados:
. Guillermo Albarracín, el contador que mantenía una relación extramatrimonial con Nora Dalmasso y que fue la última persona que se comunicó con ella.
. Arturo Pagliari, el comerciante que según Macarrón estuvo practicando con él en el momento en que tomaron la foto colectiva en el club de golf de Punta del Este. Entrevistado por Hernán Vaca Narvaca, desbarató la coartada del viudo.
. Rafael Sosa, ex Jefe de Homicidios de la Policía de Córdoba, enviado a Río Cuarto a resolver el caso a como diera lugar. Sus cuestionables métodos lo llevaron a inculpar a Gastón Zárate, pintor, lo que dio lugar a una movilización espontánea, única en Río Cuarto, que se denominó El Perejilazo.
. Sergio Comugnaro, ex Jefe de la Policía de Río Cuarto al momento del crimen, a quien eyectaron del cargo y tiempo después fue ascendido como Jefe de la Policía de Córdoba.
La testigo que no fue: Alicia Cid, quien mantenía una relación íntima con Marcelo Macarrón, no pudo dar su testimonio porque su salud mental no se lo permitió. El fiscal Luis Pizarro había basado en gran parte su requisitoria de elevación a juicio en una declaración previa de la ex empleada de Tribunales.
Una ausencia fundamental: LA QUERELLA. Ante el paupérrimo papel que desplegó el fiscal Julio Rivero, quedó notablemente expuesta la falta de un querellante que pudiera realizar las preguntas que Rivero no pudo o no quiso hacer a los principales testigos. Juan Dalmasso, hermano de Nora, contó en la sala de audiencias que en una videoconferencia entre él, su hermana Susana y sus sobrinos Valentina y Facundo Macarrón, “decidimos sacarla (a Delia “Nené” Grassi, su madre) de la querella”.
EL MANGRULLO
Durante su alegato de casi 3 horas, el fiscal Julio Rivero resaltó un fragmento de la entrevista que Otro Punto le realizó a la psicóloga Pamela Brizzio en la que describe a la sociedad riocuartense. En la edición N° 609 de abril de este año, la licenciada, habitual colaboradora de nuestro periódico, trazó una descripción que le sirvió a Rivero para justificar la tolerancia que tuvieron los riocuartenses con todos aquellos que vinieron desde afuera a opinar sobre la intimidad de Nora y sobre la intimidad de la ciudad. Compartimos nuevamente ese texto:
¿Cómo es la sociedad de Río Cuarto?
La sociedad de Río Cuarto desde mi punto de vista es una sociedad cerrada, que le cuesta mucho abrirse al afuera y a los otros. Es como si estuviéramos todavía anclados en cuando se funda la Villa de la Concepción de Rio Cuarto, con este afán de protegerse de otros pueblos que amenazaban, y en donde se reunían todos juntos para protegerse de una amenaza externa. Sin ir más lejos que nuestro emblema cuando entregamos un premio es un Mangrullo, entonces hay toda una cosa de reserva, de cuidado en relación a eso. A la gente de afuera le cuesta mucho ser incluido y adaptarse a la sociedad, que le abran las puertas y que los incluyan en los grupos. Y eso lo veo todo el tiempo en mi consultorio, en jóvenes, en personas mayores, que llegan a Río Cuarto para estudiar o por trabajo, y se encuentran solos. Les cuesta muchísimos incluirse, y pareciera que si no sos de acá cuesta mucho que te abran las puertas. Independientemente del estrato social al que pertenezca, aunque en clase media, media alta se nota mucho más, porque son quienes manejan determinados estratos de poder o de grupo.
Es una sociedad a la que no le gusta ser mirada en profundidad. Esto de que se sepan mis problemas, somos reservados, no nos gusta contar lo que pasa en nuestras casas, y no estoy diciendo que se tenga que contar, sino que cuesta hablarlo y sacarlo a la luz incluso en terapia. Hay como una cosa media paranoica sobre la mirada del otro. Y somos muy de lo que tenemos y de lo que hacemos, más que de lo que somos.
Por Vanessa Lerner.
Fotos: Ismael Britos.