El silencio muchas veces asusta, incomoda y nos provoca cierta sensación de vacío, y si huimos de esto con charlas evitativas, mantenemos el miedo a enfrentar esa sensación, y es ese mismo vacío –al que tanto le temíamos- el que se cuela en nuestro discurso.
Nadie puede negar la belleza y el poder que encierra el lenguaje, porque gracias a él establecemos “puentes” con otras personas e incluso a veces representamos todo eso que no está presente.
El racionalismo imperante en los siglos pasados nos hizo valorar mucho más las explicaciones que nuestra capacidad de observar, registrar y sentir lo que nos rodea. Y esas explicaciones nos prometían un control sobre nosotros mismos y nuestras circunstancias que no termina nunca de concretarse. Sin embargo, nada es eterno, y de a poco estamos saliendo de este reinado de las palabras que también hace que, aun en el silencio, escuchemos nuestro propio monólogo mental ininterrumpido.
Ahora bien, ¿cómo podemos crear un silencio amoroso, terapéutico y poderoso? Aquí van algunas sugerencias:
Crea tu refugio de silencio en tu casa: quizás puedas vaciar un pequeño espacio en tu casa o simplemente un rincón que vos acondiciones para predisponerte a ponerte en mute. Si no dispones de espacio o vives con muchas personas, una idea podría ser despertar un rato antes o acostarte un poco después que el resto y vas a notar una gran diferencia: cuando tu casa se aquieta y se calla, también puede aquietarse tu mente. Observa tu cuerpo y registra los cambios que se producen. Algunas preguntas que podemos hacernos:¿Qué sensaciones nuevas descubrís?, ¿Qué momentos te llevan a refugiarte ahí?, ¿Qué cambios notas en tu cuerpo y tu mente después de un rato de silencio?
Arma pequeños stops: para matar las oportunidades de seguir enganchadas demasiado tiempo en acción. Cuando termines de hacer algo (no importa qué), registra un instante de silencio para volverte presente. Parar, mirar y registrar, antes de seguir con la acción. Obtendrás más atención plena. Pequeños actos de conciencia nos detienen el acelere del día.
Habla menos, escucha más: no es necesario hacer un retiro de silencio, pero tal vez en los intercambios que tengas con otras personas en el día a día podes ejercitar conscientemente el hablar menos, quizás solo lo necesario. Y agudiza tu escucha. Presta atención al lenguaje –y no solo verbal- de los demás, porque ya sabemos bien que la comunicación también pasa por el cuerpo, los gestos e incluso los silencios. Esto permite soltar el poder, el control y la dependencia que nos da la palabra. Un gran oportunidad para dejar de lado nuestro propio ego y poner nuestra conciencia al servicio de los otros.
Entrena tu poder de contemplación: cada tanto, hace algunas caminatas silenciosas por la ciudad, sin auriculares, y enfoca tu atención en las sensaciones. Damos tanto por sentado que, a veces, experiencias que pueden ser enormes las volvemos chiquitas. Contemplar, sin hablar y sin rodearte de otros estímulos simultaneos, te permite entrar en otra dimensión de las experiencias. Permite recibir otras noticias del mundo.
Bajar el volumen de la vida cotidiana nos inspira a acallar nuestros propios relatos. Lo que construimos incluso sin darnos cuenta: observemos la cantidad de veces que no sabemos si un recuerdo es como lo vivimos o como lo fuimos contando. Entonces se nos abre una nueva dimensión más real y menos adornada, más nuestra.
Hay momentos asombrosos en lo que las expresiones no llegan, no alcanzan, solo cabe una inhalación bien profunda y un suspiro. Cuando estamos realmente conectados con nosotros y los otros, la comunicación sucede de corazón a corazón, en otro plano, más complejo y profundo. Sin embargo, cada momento de nuestra vida podemos proponernos un silencio restaurador.
Cuando aprendes a callar, es la vida la que empieza expresarse.
Lic. Pamela Brizzio
MP 4925