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Santiago Polop: “El primer ejercicio que podemos hacer es el de la sospecha”

Santiago Polop es Dr. En Ciencias Políticas, Filósofo y Docente e Investigador en la Universidad Nacional de Río Cuarto. Otro Punto dialogó con él sobre qué son y cómo impactan en los ciudadanos de a pie los llamados discursos del odio, la situación que atraviesa Argentina y la región latinoamericana. También realizó breve recorrido histórico sobre estos discursos en distintas latitudes del mundo.

septiembre 16, 2022
en La entrevista
min de lectura12 min
Santiago Polop: “El primer ejercicio que podemos hacer es el de la sospecha”

¿Qué significó el intento de magnicidio a Cristina Fernández, Vicepresidenta de la Nación?

Semejante evento sólo puede enmarcarse en una situación de violencia política muy fuerte. Esto es un hecho de violencia política por la persona elegida para cometer lo que no llegó a ser, por suerte, un crimen seguido de muerte. La elección de la persona supone que el victimario entiende de ella que es una enemiga a eliminar. Es una característica de cierta lógica de la política. Ciertos discursos dogmáticos con respecto a la forma que tiene que tener la realidad suponen la afirmación de cierta justicia y mundo ideal al cual no se puede arribar porque hay algo que lo obtura. Eso que obtura esa posibilidad de realización del “mundo justo, bueno y feliz” en ciertos discursos pasa a ser una magnitud que debe ser eliminada. La persona que toma la decisión de empuñar y gatillar un arma en la cara de la Vicepresidenta es parte de una construcción donde se naturaliza el enemigo a eliminar.

¿De qué manera llega una persona a hacer algo así?

Esto sólo ocurre en el marco de relaciones de poder. Esto significa que lo que el sujeto piensa individualmente, según teorías políticas y sociales, nunca es propiedad suya. Todos somos sujetos en cierto mundo, sujetados a ciertos elementos que nos exceden, como el lenguaje. Otro ejemplo es la forma de ver el mundo que depende de la cultura y la forma social histórica en la que nos insertamos. Ninguno de esos elementos es un resultado anárquico sino que son resultados conducidos. La forma que tiene nuestra cultura es conducida por ciertas fuerzas que “monopolizan” las subjetividades. Hablamos de la herencia occidental, europea, la modernidad en la forma del Estado, la lógica patriarcal, la lógica capitalista. Todo esto condiciona lo que percibimos del mundo. Dentro de esa pluralidad de discursos que nos circulan como sujetos, hay algunos que tienden a radicalizar las posturas. Esos son los llamados “discursos del odio”. Estos son fundamentalmente aquellos en los que la existencia del otro es una variable a eliminar. El otro es irrepresentable, es una magnitud que no debe existir para que sea realizado un horizonte que yo considero justo y bueno.

El intento de magnicidio es un hecho de violencia política porque el discurso que atraviesa a la persona que empuñó el arma es uno que indica que esa persona debía ser eliminada por obstaculizar su “mundo ideal”. Lo que imagina este individuo no es una construcción suya producto de una neurosis fantasiosa, sino que es una construcción específica orientada en marcos de poder. Acá lo que se disputa son formas de representar el mundo y el problema que tenemos es que una de esas formas de pensamiento supone que no debe existir otra. Esa es la diferencia entre un discurso de odio y un discurso democrático.

¿A través de qué mecanismos operan esos “discursos del odio”?

Es un proceso de reflexión. Hay que pensar cómo se instituye algo tan drástico como la posibilidad de que un otro sea eliminado. La construcción de la subjetividad es algo continuo, es un proceso a cuentagotas hasta que algo se logra naturalizar. Por ejemplo, el concepto de familia heredado de la modernidad y el cristianismo instituye en nosotros la naturalización del matrimonio heterosexual, hasta que por un proceso de disputa a largo plazo el concepto se va desnaturalizando y emerge la posibilidad de un discurso diferente como es el del matrimonio igualitario. Los procesos de institución de los discursos de odio siguen el mismo proceso. No dependen de un acontecimiento o de una persona que diga de un momento para el otro “andá y matá”. Son procesos de larga data.

¿Se han dado estos procesos en otros momentos de la historia?

Si, por ejemplo, los procesos que instituyen la dominación del esclavo, los del sur global o de raza negra como inferiores a los blancos o los del norte global son construcciones que tienen centurias. Algo los instituye como la forma de la verdad, de la razón, del sentido común. Eso se traslada por distintos mecanismos a los sujetos. Los sujetos se socializan con esos discursos. Alguien por ser varón blanco y heterosexual tenes cierta jerarquía superior, desde el sentido común, a una mujer pobre negra. No depende de uno sino de estos procesos de socialización que son múltiples. En nuestro tiempo los procesos ocurren vía mediática, en redes sociales, en la comunicación entre pares. Si todo lo que intercambiamos sucede en la naturalización de los discursos del odio contra los negros, los pobres, los peronistas, las mujeres se constituye una forma de verdad que actúa como norma de lo falso. Esto quiere decir que al establecer algo como verdadero automáticamente instituyo la oposición, lo corrupto y lo irracional.

¿De qué manera se introyectan estos discursos en el ciudadano de a pie?

En el sujeto de a pie, que anda en el auto escuchando la radio o se socializa a través de las redes, se introyecta exactamente en esos lugares. En esos lugares estamos constantemente atravesados por discursos que a través de memes, chistes o descalificaciones construye la idea de mujer como propiedad o como trabajadora doméstica, por ejemplo. Todas estas microviolencias instituyen de a poco la naturalización de ciertos estereotipos. Cuando esto ya está construido la realidad se binariza. Buenos o malos, correctos o incorrectos, justos o injustos. Es un proceso de acumulación, no se da de la noche a la mañana.

¿Se le ocurre algún ejemplo concreto?

Sí, te ejemplifico con un caso paradigmático: la emergencia del nazismo no ocurre cuando Hitler toma el poder, sino que es un constructo que viene de siglos anteriores en los que ciertos discursos sobre la supremacía de la raza fueron adquiriendo más y más volumen hasta llegar a los años 20, posterior a la 1° Guerra Mundial, donde se comienza a naturalizar y expandir que el gran problema de Alemania era la presencia del judaísmo. La naturalización de esa presencia de un “parásito” engendra violencias muy concretas. Uno de las primeras políticas que inscribe el nacionalsocialismo en Alemania es que los judíos se bañaran en las mismas piletas que el resto porque sostenían que la transpiración de aquellos impregnaba la piel de los alemanes y los contaminaba con su impureza. Cuando eso llega a ese punto se decanta en la exclusión, primero, de ciertos sujetos y la habilitación de cierta violencia sobre aquellos que deberían no estar. Cuando esa violencia llega a cierto punto paradigmático donde el que conduce el poder habilita la discriminación se cae en situaciones catastróficas. Cuando se mataba a los judíos no se consideraba que se estaba matando a personas. Lo mismo ocurrió con los pueblos originarios en Latinoamérica, se lo justificó mediante el derecho y discursos filosóficos. Así no había culpa moral ni jurídica, no había problemas ni con el Dios cristiano. Esa radicalización se da por acumulación de larga data. Esto se da según la forma histórica en la que cada sujeto se subjetivaba tanto los alemanes nazis, como los conquistadores, como algunos argentinos en el 2022. En España en el siglo XIV o XV se subjetivaban según el discurso de la monarquía y la Iglesia, en la Alemania nazi según la propaganda del Régimen.

¿Dónde se subjetiva actualmente en Argentina?

Ocurre por esas vías que hablábamos de los medios de comunicación y las redes sociales que parecen anárquicas pero que en realidad están conducidas sistemáticamente por aquellos discursos que tienden a monopolizar nuestra atención. Por eso nuestra atención, sobre todo en climas de conflictividad social o frustración económica, es más susceptible a aquellas voces que ofrecen soluciones directas. La culpa de que vos no realices la plenitud de tu vida la tienen aquellos. Luego de procesos históricos políticos que diezmaron la capacidad de bienestar la penetración de esos discursos se da de manera mucho más horizontal de lo que quisiéramos.

Como ciudadanos ¿qué podemos hacer para estar atentos a aquellos mecanismos que manipulan lo que nos sucede?

En primer ejercicio que podemos hacer es el de la sospecha. Algo inmanente a lo que somos es la capacidad de interrumpir la inercia de la realidad. Esto significa que podemos detenernos y preguntar. No aceptar la realidad como viene sino tener una mínima sospecha. Sospechar de cualquier meme, cualquier noticia o todo lo que se dice está condicionado por lo que ese discurso quiere hacer con nosotros. Todo espera una respuesta de nosotros por eso tenemos que preguntarnos qué tipo de respuesta están esperando de nosotros. Frente a cualquier discurso que invite a eliminar al enemigo, lógica propia de la guerra, ejercer una pregunta. Hay una filósofa norteamericana llamada Judith Butler que dice que, frente a todo discurso que pretende normar y establecer un orden de cómo debemos pensar, tenemos que establecer la pregunta sobre si las pluralidades son posibles en el marco de las relaciones sociales que ese discurso propone. Hay que advertir si un chiste o un programa de televisión no admite que la pluralidad sea plenamente posible porque entonces estaríamos frente a un discurso de odio. Esa es la primera precaución. No hay otra forma que apropiarnos de la realidad, que es lo más inherente al ser humano. Naturalizamos demasiado toda la información que nos llega por las redes, la televisión, la radio, lo que nos transmitimos oralmente y no detectamos que cada uno de esos discursos son conducidos por ideologías y lógicas del poder. El primer factor es admitir que la realidad no es así como la vemos. El segundo elemento es ejercer la pregunta sobre la posibilidad de la pluralidad.

Hablaste de violencia política ¿qué proyecto se ataca a través de esta acción?

Los discursos de odio atacan aquellas posiciones que obturan la posibilidad de realización de ese “mundo ideal”. Hay que pensar que, si los discursos de odio atacan a aquellos por su pertenencia partidaria, por ejemplo, lo que están indicando es que esos sujetos con esa ideología ponen en cuestión los fundamentos dogmáticos de ese odio. ¿Por qué durante la dictadura se odiaba y perseguía al que cuestionaba cierto régimen político y económico? Porque la mera existencia de esos sujetos ponía en riesgo la posibilidad de realización del mundo occidental y cristiano como quería Videla. Hay que entender que el odio rechaza la otredad que cuestiona aquello que le resulta totalmente innegociable. El discurso de odio es, por su propia condición, antidemocrático. Si esa lógica conduce la sociedad la lleva a su autodestrucción invariablemente. Siempre se va a encontrar a quién odiar.

¿Cuáles pueden ser las consecuencias de esto tipo de actos de violencia?

Esto habilita algo que es sumamente riesgoso, que lo vimos en el intento de magnicidio, que es la violencia privada. Hay un intento de venganza privada, un particular toma en sus manos la venganza por aquello que no se está pudiendo realizar. Este sujeto se lee a sí mismo como un justiciero, alguien que viene a traer justicia al mundo. Pongo un ejemplo rápido: en 1948 en Colombia un albañil mata a Jorge Eliécer Gaitán que era un candidato progresista de la época que venía a romper con ciertos privilegios colombianos de la época. La propalación de ciertas hegemonías mediáticas indicó a muchos sujetos que Eliécer Gaitán tenía que ser eliminado porque si no Colombia iba a ser imposible. Alguien toma ese discurso, se acerca al candidato y lo mata a quemarropa desatando en el país una conflictividad que dura 70 años. Eso marca en la década del 50 el inicio de la Constitución de la Paz porque marcó la expansión de la violencia política y la venganza privada. Cualquiera se podía vengar y habilitaba la Ley de Talión al infinito. Vos me matás, alguien se va a vengar por mí, luego alguien va a matar por vos y así al infinito. Es muy riesgoso no pensar en los discursos que hoy tienen posibilidades de romper la comunidad.

¿Lo ocurrido es un hecho bisagra en la política argentina posibilitando otros accionares violentos?

Es un hecho bisagra en tanto y en cuanto podamos asumir lo que significa. Si aquellos que creemos en la democracia, en el debido proceso y la posibilidad de ampliar libertades entendemos que esto es un hecho bisagra para posibilitar la discusión sobre cómo estamos siendo subjetivados en base al odio. Esta sería la versión más propositiva de esto. No dejar que esto sea licuado como un “loco suelto” porque no lo era, yo rechazo esa idea. No debemos permitir que se sostenga que era un lobo suelto o un desquiciado sino reafirmar que se trató de un hecho de violencia política construido en base a discursos violentos. Esto nos puede permitir preguntarnos lo que decíamos recién: ¿qué discursos de nuestra sociedad representan la democratización de la pluralidad? Cuando un tipo como López Murphy, con la responsabilidad institucional que tiene, saca un tuit que dice “ellos o nosotros” o Feinman parafraseando el canto de la militancia decía un día antes del atentado “si la tocan a Cristina que gran país vamos a armar” se corren riesgos muy grandes y no pueden ser simplemente admitidos. Esto no significa sacar una ley mordaza sino simplemente que todos los espacios políticos trabajen muy a conciencia sobre la detección de discursos que pueden disolver los vínculos comunitarios. No se puede hacer democracia con la exclusión o la inexistencia de un grupo por sus características ideológicas. Ya vivimos la proscripción, la prohibición de ciertos nombres y eso llevó a cuentagotas al despliegue de una violencia paradigmática como fueron las últimas dictaduras militares. No podemos volver a esas lógicas, no podemos volver a pensar en la posibilidad de un país con la exclusión de ciertos sujetos que no nos gustan por cómo piensan o lo que son. Si creemos en la democracia hay que habilitar la libertad de las pluralidades, sino lógicamente la variante es el crecimiento de la violencia política.

¿Qué impacto te parece que ha tenido esta situación en la sociedad de Río Cuarto?

En términos de la movilización que se convocó para rechazar lo sucedido fue de una representación importante. Más allá de que haya habido mayor participación de los del partido donde se inscribe la Vicepresidenta había también una transversalidad de sujetos que no tenían pertenencia partidaria pero que advertían lo peligroso de un intento de magnicidio.

¿Y en términos institucionales?

Por otra parte, los reflejos institucionales de la política del gobierno municipal y legislativo de nuestra ciudad han sido muy pobres. Me parece que no se ha dimensionado toda la magnitud que puede tener este hecho para la vida social en Río Cuarto. Esto, insisto, hay que pensarlo más allá de lo partidario. Si esto se lo piensa en lógicas de partidos, es decir, no suscribiendo al rechazo a un intento de magnicidio porque eso me resta votos en la próxima elección se asiste a un empobrecimiento total del discurso político. Es el uso de la pragmática en su forma más burda, torpe e ineficaz para construir democracia. Podrás ganar la próxima elección, tal vez, pero la sociedad se radicaliza y se hace más violenta. Se va a incluir la venganza como una lógica política. No ha habido desde lo institucional más que una conceptualización muy pobre sobre la peligrosidad de lo que se está habilitando. Contar los porotos me parece de una mezquindad completamente impropia de la democracia.

¿Cómo es el contexto de la región latinoamericana? ¿Lo que pasó acá es algo aislado o hay razones contextuales que dan cuenta de esta escalada?

Los discursos odiantes permean Latinoamérica. Están muy presentes, por ejemplo, en Brasil. Bolsonaro ha hecho de la institucionalidad de los discursos de odio una lógica de gobierno. Ha instituido la violencia contra los pueblos aborígenes porque obturan la posibilidad de que se puedan pasar máquinas por el Amazonas. Otro caso es Colombia donde, a pesar de que está el nuevo gobierno de Petro, se sigue habilitando la violencia y la muerte de periodistas y dirigentes políticos. En México los discursos de odio contra las mujeres y los partidos “verdes” o progresistas conducen casi semanalmente a muertes.

En Argentina no hemos alcanzado los niveles de violencia de asesinatos como en estos países, lo que no quita que en la continuidad de estas lógicas nuestro país no pueda ser parte de estas furias de muerte. Insisto, tiene estricta relación con los niveles de satisfacción que se tiene con la democracia. ¿Satisface la democracia la búsqueda de mejores formas de vida en paz y según el orden de sus deseos? No. Y no es un problema de la institucionalidad democrática, sino que las democracias no logran democratizar aquello que hegemoniza el poder económico o aquello que hegemoniza el poder distributivo en toda la región.

¿En qué instancias se juega y debate el poder real?

El Estado no es el poder en Argentina o Brasil ni siquiera en Estados Unidos. El poder está en aquellas corporaciones que ordenan la economía y por tanto los procesos de subjetivación. Cualquier empresa de comunicación transmite la información que más le conviene, son empresas que buscan réditos económicos. Si la información veraz y chequeada depende de lo que satisface a un poder económico entonces estamos en problemas. Esas lógicas cuidan su poder y su dominio. Son tendencialmente no democráticas. En Latinoamérica no se logra democratizar aquellas instancias que posibilitan mayor bienestar. A Argentina no le falta riqueza, le falta distribución de la riqueza. La cuenta de que nuestro país, por ejemplo, desde 2015, ha generado más riqueza, pero sin embargo las mayorías somos más pobres significa que ha habido una transferencia excepcional de recursos hacia algún lado. Hay estudios económicos que demuestran cómo cae el porcentaje de ganancia que se queda el mundo del trabajo y cómo crece el ámbito del capital. Esa es la transferencia de riqueza. Todo el dinero que hemos perdido en estos años, donde ya no nos alcanza para nada, está en algún lado porque a la riqueza la seguimos generando con el trabajo. Lo que tenemos que empezar a advertir, como problema de democratización de nuestras sociedades, es el tema de la riqueza. Sabemos mucho de la pobreza, pero muy poco de la riqueza. Pensar en cómo esa riqueza organiza y hegemoniza el poder en Argentina y Latinoamérica es condición sine qua non para que nuestras sociedades se democraticen.

¿Algo que agregar?

Simplemente redondear la idea de que tenemos que evitar el acceso simple a la realidad. Toda realidad es compleja no por difícil sino por estar compuesta por una multiplicidad de elementos que muchas veces aparecen como una cuestión homogénea. Cuando reflexionamos e intentamos ordenar ese cuadro de complejidad tenemos que advertir todos los elementos que forman parte de esa realidad. En esa realidad frente a lo político y social, insisto, no hay que pensar que la palabra y los discursos son ingenuos. Siempre quieren hacer algo con vos, conmigo y con cualquiera que esté leyendo esta nota. El primer paso no debe ser no decirles a los sujetos qué pensar sino cómo pensar. Que los sujetos puedan tomar sus propias decisiones entendiendo que es parte de una disputa por esa decisión. En democracia eso significa respetar la pluralidad de miradas. Entender que nuestros tiempos nos demanda a todos un ejercicio muy consiente sobre aquello que nos hace menos democráticos, menos soberanos de nuestros pensamientos. Apropiarnos de la realidad para pensarla es ejercer la soberanía de los sujetos que deciden. Para esto tenemos que marcar cierta distancia sobre la lectura de la realidad tal cual nos viene porque eso ya viene con sus condicionamientos.

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