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Inicio Columnistas

La fiesta inolvidable

Por Vanessa Lerner.

diciembre 23, 2022
en Columnistas, General, Nota de tapa, Social, Vanessa Lerner
min de lectura11 min
Campeones del mundo: Río Cuarto también fue una fiesta

Porque un pueblo que festeja

haciendo del amor y la alegría

una cosa colectiva

sin cautela ni vergüenza,

porque un pueblo que sonríe

aunque ya se sepa

casi todos los finales

de casi todas las fiestas,

porque un pueblo que habita las calles

pa´ la gloria y pa´ la guerra,

porque un pueblo que besa

en el dolor más hambriento

y en el festejo más furtivo,

trasciende sus banderas y sus fronteras

y se convierte en territorio

de esperanza y de alegría.

Cuando un pueblo ama y celebra,

los poderosos se mueren de envidia.

Marianela Saavedra

Diciembre es un mes traumático para la Argentina desde aquellos días de pesadilla cuando cayó el gobierno de Fernando De la Rúa entre asesinatos en las calles, saqueos y un desorden institucional que dejó al borde de la disolución a un país sumido en una crisis social, económica y cultural de la que aun no nos hemos recuperado del todo.

Cada año desde el 2001 tememos por el desborde y el caos en final del calendario cuando llega el calor anticipado y las crisis recurrentes.

Solo una gigantesca fiesta popular de adoración a un ídolo y sus compañeros de hazaña podía resignificarlo todo.

No imaginamos cuando supimos que el Mundial se iba a jugar en Qatar que esa decisión amañada por una enorme corrupción en un organismo tan turbio como es la Fifa, nos iba a afectar y a golpear en nuestras emociones tan argentas como lo que vivimos en este mes de sufrimiento y goce que nunca olvidaremos.

En un año durísimo para la sociedad argentina donde los coletazos del desequilibrio macro que produjeron en el mundo la pandemia y la guerra en Ucrania nos alcanzaron de lleno en nuestros problemas crónicos y estructurales, solo nos podía salvar y dar una alegría única ese torneo realizado en el medio del desierto. Pusimos todas las fichas en La Scaloneta, esta Selección que se impuso a fuerza de goles y triunfos pese a la andanada de críticas y los intentos de destruirla desde el poder, de operadores (dejemos de decirles periodistas, por favor), medios y empresas multinacionales que tenían otros intereses y que esta vez mordieron el polvo de la derrota, aunque nunca, nunca vieron decaer sus siderales ganancias económicas. Ellos siempre ganan, al revés de nosotros, mujeres y hombres de a pie.

Los números de Lionel Scaloni son extraordinarios. Nadie daba un peso por él, convengamos. Pero dirigió 57 partidos, ganó 39, empató 13 y solamente perdió 5. 117 goles a favor, 37 en contra. Ganó la Copa América 2021 a Brasil en el mítico Maracaná, la Finalissimma 2022 a Italia y la Copa del Mundo en Qatar al anterior campeón, Francia, con 19 debutantes de 26.

Mostraron temple después del resultado adverso inicial ante Arabia en un partido que podríamos simplemente olvidar. Aunque para ese grupo fue un baño de realidad y les permitió reorganizarse, sobre todo anímicamente para encarar el resto de los cotejos que los depositaron en la final soñada.

Partido a partido la histeria colectiva fue aumentando, la imagen de Pablo Aimar hiperventilando y llorando después del primer gol a México éramos todos, el día que enfrentamos a Holanda (porque ya todos sabemos que en fútbol a Países Bajos se le dice Holanda) explotaron las cábalas, las supersticiones y el consumo de ansiolíticos. Ese alargue y penales angustiantes con toda la previa de Van Gaal bardeando a nuestro Messi, sumaron para echar leña a la hoguera de emociones desbordadas.

Pero ahí nos dimos cuenta que la celeste y blanca podía llegar a ser invencible. Porque el Dibu Martínez se erigió en héroe, como Romero en 2014. Argentina volvió a tener un arquero indiscutible. Y una defensa impasable, y un mediocampo ofensivo, un 10 iluminado, un Fideo explosivo y preciso. Ni hablar de Julián Alvarez, quien mostró en la Selección al mismo crack que disfrutamos los hinchas de River, con un nivel de resistencia pulmonar extraterrestre.

La Selección tuvo muchos momentos de fútbol champagne, pero también lagunas que nos llevaron a esos sufrimientos insoportables. Contra Croacia nos relajamos y no podíamos creer que se pudiera ver un partido con tanta tranquilidad. No sabíamos lo que nos esperaba en la final. Vista por miles de millones de personas en todo el mundo, en Oriente y en Occidente, fue un espectáculo que lo tuvo todo. Ver a Messi levantar la copa nos llevó al éxtasis colectivo. ¿Existirá alguien que no lo haya podido disfrutar? Puede que sí.

Los jugadores de la Selección lograron como pocas veces ocurre un nivel de adhesión y empatía difíciles de lograr. No se cansaron de repetir que aman el país, que agradecen haber nacido en Argentina, que saben que la mayoría la estamos pasando mal, que querían traerle una alegría al pueblo. Que no veían la hora de estar en el país para compartir la inmensa alegría que portaban. Al domingo 18 de diciembre de 2022 lo recordaremos casi como una fecha patria porque así de intensos somos. En todo el territorio el festejo fue interminable. El Gobierno, para variar, no se decidió y el asueto para el lunes quedó en la nada. El decreto llegó tarde, para determinar un feriado nacional el martes. De nacional no tuvo nada. Todos sabíamos que la fiesta iba a estar en Buenos Aires. Algunos gobernadores sobreactuaron y expresaron la no adhesión. Innecesario, los feriados nacionales se acatan y punto. Eso dice la ley. Como tantas otras decisiones incomprensibles de este Gobierno, no se entendió por qué todo el país tenía que someterse a un feriado.

Lo que sí quedó claro -al menos para esta cronista- es que en el ámbito bonaerense fue útil. Esa marea humana incontenible tenía que tener espacios para festejar. 4 o 5 millones de personas se lanzaron a la calle, según estimaron las autoridades. Y podía verse a través de las imágenes que mirábamos azorados a través de nuestros televisores cómo las autopistas se peatonalizaron en lo que ya se conoce como la mayor movilización popular de la historia argentina.

Hubo desorganización, algo de caos y mucho desconcierto pasadas las 3 de la tarde cuando nadie sabía dónde estaba el micro descapotable que llevaba a los campeones del mundo. Todo colapsó. Había temor porque todo terminara en un desastre. Eso no ocurrió, mal que le pese a muchos que incluso el día después escribieron crónicas donde se quejaban de aquello que -afortunadamente- no sucedió. ¿Pasaron cosas? Si, claro. Con tanta gente desbordándolo todo era obvio que sucediera algo que no nos gustara. Lo que algunos lamentan es que la fiesta no se empañó. Pobre de ellos. Fue toda una locura hermosa pero casi sin incidentes porque esas multitudes salieron a festejar -nada menos- que somos argentinos. Si lo venimos cantando una y otra vez: “Oh, soy argentino, es un sentimiento, no puedo parar”. Y salieron a festejar con el otro, con la otra. Con las generaciones que tuvieron que esperar 36 años para otra consagración mundial.

La euforia desenfrenada, la intensidad característica de la idiosincrasia argentina no es nueva. ¿De qué se asombran algunos? Tuve un tío que allá por la década del ´40 le dijo a la madre: Me voy a comprar el pan. Y desapareció. Supieron de él varios días después. Estaba en la Copa América que se organizó en Chile. En 1978 mis padres y mis tíos que vivían al lado, se subieron a un micro y se fueron a Capital a ver la final. No tenían entradas, pero les sobraba entusiasmo. Dejaron a sus hijas e hijos al cuidado de un vecino y se las tomaron. Caminaron decenas de kilómetros para festejar primero en las afueras del Monumental y luego en el Obelisco. Volvieron extenuados, pero inmensamente felices. Tengo una familiar muy cercana a la que le tiré encima toda esta historia familiar y la mandé a festejar en el Obelisco. Vivió la mayor alegría de su vida tanto el domingo como el martes. ¿Qué decirles? Hace unos 20 años, en Canadá, alguien nos dijo: ´Nunca conocí personas tan intensas como ustedes”. En los países anglosajones aman a los latinos, les encanta nuestra forma de ser. Y ahora descubrimos que, en Bangladesh, la India y Pakistán (los más fanáticos) viven nuestros triunfos como propios. Nos quieren casi más que lo que nosotros nos queremos.

La felicidad compartida colectivamente explotó en este diciembre de 2022 después de años de frustraciones, angustias y pobreza generalizada. Y ese sentimiento que hoy nos colma debería servirnos para pegar el envión y salir de este agobiante atolladero en el que nos encontramos. Lástima que una vez más la dirigencia no estuvo a la altura de un pueblo que la sobrepasa. Ni oficialismo ni oposición dan mínimas señales para acordar una salida a esta crisis eterna en la que estamos sumidos. Se pelearon entre todos en medio de la desorganización y las fallas del operativo de seguridad. Otra vez.

“Nos quieren tristes porque los pueblos deprimidos no vencen. Nada grande se puede hacer con tristeza”, firmaba el gran Arturo Jauretche. Estamos felices ahora. Y nadie nos lo puede quitar. El capitán está envuelto en la gloria que se le negaba y que le negábamos. Tantos años de crítica despiadada impidieron un poco que nos diéramos cuenta de la dimensión internacional que tiene Messi.

Como le dijo Sofía Martínez, periodista de la TV Pública: “Yo solamente te quiero decir, se viene una final del mundo y si bien todos queremos ganar la Copa, quiero decirte que, más allá del resultado, hay algo que no te va a sacar nadie, atravesaste a cada uno de los argentinos. De verdad te lo digo, no hay nene que no tenga tu remera, que sea la original, la trucha o la inventada, la imaginaria, y es verdad, marcaste la vida de todos. Y eso para mí es más grande que cualquier copa del mundo, y eso no te lo va a sacar nadie, eso no te lo va a sacar nadie, es un agradecimiento tan grande por ese momento de felicidad que le hiciste vivir a tanta gente. Ojalá te lo lleves en el corazón porque creo que es más importante que una copa del mundo y eso ya lo tenés”. Así que gracias, capitán.

El Diego tiene un sucesor extraordinario que ya escribió su propia historia vencedora. No se convirtió en maradoneano, nos transformó en messistas. Con sus compañeros y todo el cuerpo técnico, incluso, lograron resignificar la imagen de un helicóptero sobrevolando la Casa Rosada un día 20 de diciembre. Esta narrativa genial tuvo un broche de oro. Ojalá sea el comienzo de un tiempo mejor. Nos lo merecemos.

CAMPEONES

Por Cecilia González. Corresponsal mexicana.

Las lágrimas de Aimar. La desazón con Arabia Saudita. A la gente le digo que confíe, no los vamos a dejar tirados. La elegancia de Scaloni. El bardeo y la disculpa de Canelo. La abuela lalalá. Bangladesh. El hincha japonés. Los festejos en India, Perú, Indonesia. Elijo creer. Las cábalas. Anulo mufa. Pugliese. Por qué no hay negros en la Selección. La “vulgaridad” de los jugadores. El gato que eliminó a Brasil. El festejo de Harry Styles en Buenos Aires. Las brujas argentinas. Las caritas de nenas y nenes cuando Messi los saluda. Los nenes y las nenas que se emocionan en todo el país. En todo el mundo. Los «adultos» que vuelven a ser niños, que se acuerdan de sus padres, de su infancia. El psicólogo del Dibu. El video de un Julián Álvarez de 11 años soñando con jugar un Mundial. Los penales con Holanda. Dibu, el héroe. El abrazo y el llanto de Scaloni con su hijo. Los festejos de Antonella, Mateo, Thiago y Ciro, la Familia Real. Las invocaciones a Maradona, el Santo Patrono. En el cielo lo podemos ver, con Don Diego y con La Tota, alentándolo a Lionel. Los hinchas que le cantan ‘Manuelita’ a un nenito en el metro de Lusail. Lali y Tini. La hinchada argentina que no deja de alentar, ni acá ni en Qatar. El aliento tuitero sí se puede ver. El delay de Flow que todavía está pasando la final del 86. El relato de los goles en italiano. ¿Por qué son siempre más emocionantes? El Topo Gigio de Messi. Anda pallá, bobo. Messi, el hombre vulgar. Atravesaste a cada uno de los argentinos. No hay nene que no tenga tu remera, la original, la trucha, la inventada o la imaginaria. Marcaste la vida de todos. El adorable Kun Aguero, o Mr. Carisma. El Papu Beckham. El decisivo penal del Toro y los goles artísticos de la Araña. Los gritos en balcones y ventanas. Los bares llenos y las calles desiertas en cada partido. El estallido de bocinas ante el silbatazo final con México, Polonia, Australia, Holanda, Croacia. Los abrazos, bailes, cantos y sonrisas cómplices con conocidos y desconocidos en todos lados, de la Quiaca a la Antártida. Las banderas, las camisetas. El celeste y blanco por doquier. El nudo en la garganta. El dolor de panza. La felicidad, la esperanza y la ilusión. El orgullo y el sentimiento. O lo tienes, o de lo que te pierdes.

II

La final con Francia. El desvelo. Un sábado inútil. La electricidad en el ambiente. Un mar de camisetas albicelestes en todo el país. ¿Alguien puede, alguien quiere dormir? Amanece. Ya es 18 de diciembre. Las largas filas en las panaderías. Alta demanda de facturas y sánguches de miga. En la esquina de Segurola y Habana, rezan. En Julián Álvarez y Córdoba, cuelgan banderas. Vecinos arman antenas para ver el partido sin delay, para que ninguno anticipe el grito del gol. El recuerdo de la declaración de Mbappé: “en Sudamérica el fútbol no está tan avanzado como en Europa”. Vamos a ver. La historia de Di María que se viraliza: “Mi papá se quedaba embolsando ahí todo el día, sin pausa. Porque si no lograba vender el carbón ese día, nosotros no teníamos nada para comer, así de simple. Y yo pensaba, y de verdad lo creía: Va a llegar un momento en que todo cambie para bien”. El último partido de Lio en la Selección. Estos chicos se merecen todo. El himno que canta Lali, la filósofa contemporánea que ya advirtió que 3 son mejor que 2. El partido inverosímil. La Selección *primero hay que saber sufrir* Argentina transita del 2-0 al 2-2, del 3-2 al 3-3. Me estás jodiendo. Penales. Las brujas trabajan como nunca. No hay rivotril que alcance. Dibu, el héroe, otra vez. El rezo de Messi a Diego mirando el cielo antes de que Gonzalo Montiel patee el último. Termina la agonía. Campeones. Tricampeones. Los récords interminables que acumula Messi. El grito de desahogo que retumba en los 3.7 millones de kilómetros cuadrados de Argentina. La convicción de que es un acto de justicia. El mejor fin del mejor partido de la historia de los mundiales. La explosión de llanto de Scaloni al abrazarse con Paredes. La profecía cumplida de Hervé Renard, el DT de Arabia Saudita: “Argentina pasará fase de grupo y saldrá campeón del mundo”. La camiseta argentina que ya está agotada a nivel global. La “Cumbia de los trapos” que suena en la coronación. La capa de Lio Potter. El beso de Messi a la Copa. La sonrisa de Messi con la Copa en alto. No lo soñé. El Kun, su gran amigo que lo lleva en andas. También él es campeón del mundo, cómo no. Bilardo que los ve por televisión. Los hijos de los jugadores que hacen un picadito con una botella de plástico en el césped del Lusail. El abrazo de Messi con Antonela, Thiago, Ciro y Mateo. La despedida de Víctor Hugo como relator.

El amor por Messi y/o por la Selección que no sabe de fronteras (Nápoles, una locura), ni de celebridades. Festejan Luis Miguel, Cristian Castro, Thalía, Doña Florinda, Julia Roberts, Roger Federer, Bad Bunny, Paolo Sorrentino, Jon Bon Jovi, Maluma, Ricky Martin, Ashton Kutcher, Russell Crowe, Alejandro Sanz, Ben Stiller, Catherine Z. Jones, Andy Murray, Neymar, Beckham (el inglés, no el Papu), Gary Lineker, Usain Bolt, Reese Witherspoon, Barack Obama, Daddy Yankee, Residente, Chayanne, LeBron James, Ashton Kutcher. Y la lista sigue.

Argentinos que se lanzan por millones a las calles. Esperaron 36 años. Los cantos que recuerdan que el que no salta es un inglés, que preguntan Brasil decime qué se siente, que avisan: muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar. El susto, el estrés que sigue plasmado en los rostros. Fue mucho sufrimiento. La tercera estrella que ya se empieza a bordar en las nuevas camisetas. La procesión interminable, masiva. Las sonrisas y las lágrimas, infinitas. La canción que, ya en el vuelo de regreso, los jugadores adaptan a la nueva realidad: “La final con Alemania, ocho años la lloré, pero eso se terminó, porque este año en Catar, la final con los franceses, la volvió a ganar papá. Muchachos, ahora sólo queda festejar, ya ganamos la tercera, ya somos campeón mundial. Y al Diego le decimos que descanse en paz, con Don Diego y con la Tota, por toda la eternidad”.

III

La sorpresa de vivir por primera vez un Mundial con esta intensidad. La admiración y gratitud con Messi y con estos muchachos. La obviedad de que el fútbol no arregla el mundo, pero sí lo hace más vivible. La complicidad tuitera. Mis cábalas y mis promesas. La emoción de sentir el entusiasmo en las calles, de ver a tanta gente tan contenta. La oportunidad de olvidar por un rato los problemas o las tragedias cotidianas. De entregarme a otro sentimiento intransferible e inexplicable. El descubrimiento, en la final, de que no había llorado tanto desde que murieron mi papá y mi mamá. Si eso no es amor por Argentina, yo ya no sé. La suerte de vivir en este país y celebrar con ustedes un campeonato del mundo. De disfrutar la belleza de esta alegría colectiva. Gracias para siempre.

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