Llega a sus instancias finales un juicio que nos tiene en vilo a todos y luego de 3 años se definirán las responsabilidades y condenas de sus imputados. Fernando Baez Sosa fue asesinado hace 3 años y toda una sociedad aguarda una resolución.
Desde que el juicio comenzó escucho permanentemente el pedido de “Justicia”, pedido lógico, deseable, urgido, sollozante y a los gritos. Justicia para Fernando, Justicia para sus padres desolados y agobiados, justicia para su novia que vio truncados sus sueños y perdió a su amor, justicia para sus amigos que perdieron a uno de los buenos, a quien no pudieron ayudar ni defender, justicia para una sociedad dolida que necesita reparación.
Sin embargo me pregunto ¿qué es justo?, no soy juez, ni fiscal, ni abogada. No pretendo opinar sobre cómo deben ser las condenas porque, aunque tuviera una opinión personal formada, no se trata de imponer posturas. Eso lo definen los letrados, nos guste o no cual sea esa definición, desde lo legal, pronto se llegara a un veredicto.
Lo que me gustaría traerles hoy es la reflexión sobre lo que este proceso nos deje como sociedad. ¿Qué nos enseña todo este dolor como sociedad? ¿Qué reflexión hacemos? ¿Qué cambió? o mejor dicho… ¿algo cambió?
Pienso en la violencia que nos rodea y me conmuevo. Hemos sido testigos como sociedad de un crimen tan violento como cobarde. Y aunque sin dudas, será un caso particular, no deja de ser un reflejo de quienes somos como sociedad, como padres, como tutores, como adultos.
Muchos pensaremos que faltaron límites, educación, valores, amor por el prójimo, empatía, respeto.
No obstante me pregunto, ¿estamos realmente seguros que esos nunca serían nuestros hijos? Quisiera creer que no. Quiero pensar que educo a mis hijos con la certeza que puedan poner en acción sus frenos inhibitorios para no actuar, solos o en grupo, de una manera tan atroz.
Sin embargo, abro mis sentidos para ver y observar el mundo que nos rodea y me pregunto si no hay cosas que como adultos debemos repensar y revaluar. Si no hay cosas que como sociedad debemos responsablemente cambiar por el bien de todos.
Nuestros hijos nos ven, observan y viven nuestro día a día. Es con mis actos que les inculco lo que soy y lo que creo que debieran ser. Mis hijos ven si insulto a los que me rodean o si les hablo con cuidado. Ellos me ven empática o egoísta.
Mis hijos aprender de mi el respeto o la intolerancia. Escuchan si soy capaz de entender que los demás pueden equivocarse y acepto una disculpa, o si por otro lado, mi rencor se vuelve enorme y me invade por completo.
Mis hijos ven si respeto a sus maestros, si tolero la frustración, si acepto que la vida no siempre es como quiero y puedo decir que si con asentimiento y amor.
Mis hijos ven si busco modos saludables de resolución de conflictos, si soy capaz de defender mis posturas con firmeza y altura o si recurro a manipulaciones bajas para ganar por ganar.
Mis hijos ven si soy y me hago responsable de mis actos o si me creo superior por género, raza, poder económico, credo, condición sexual, etc. Ellos ven, ellos aprenden y ellos serán los más fieles espejos.
Por todo esto me cuestiono si realmente estamos tan seguros que la violencia no es parte de la vida y enseñanza de nuestros hijos en el día a día y si no viene de nuestra parte.
Es hora de hacer JUSTICIA, es hora de que crítica y maduramente cambiemos nuestro ser social. Fernando merece descansar en paz, y su muerte debe enseñarnos que no podemos descansar en la idea de que nunca podría pasarnos, ni de un lado, ni del otro. Cegarnos a la posibilidad de ver cuán violentos somos como sociedad y como construimos nuestro día a día, es impedirnos la posibilidad de cambiar y prevenir.
Si algo debiera ser una bisagra en nuestras vidas, luego de la muerte de Fernando Baez Sosa, es que todos somos responsables de criar y educar hijos amorosos y empáticos más que con palabras, con hechos.
Hijos ven, hijos hacen.
Es mi deseo Justicia por Fernando y madurez emocional para todos.
Lic. Pamela Brizzio
MP 4925